Las lecturas que nos propone la liturgia para nuestra meditación son breves y tienen como protagonista la hombre cansado, bueno, mejor tienen como protagonista al Dios Bueno que sale al encuentro del hombre cansado. El cansancio es una enfermedad muy común en nuestros días, no me refiero al cansancio físico, que se resuelve con unos días de vacaciones o con rato más de sueño, me refiero a ese cierto cansancio espiritual, que los Padres de la Iglesia llamaban acedía, a esa cierta inapetencia por la vida, a esa falta de sentido que hace nuestras vidas aburridas rutinas.

Sí el Señor sale al encuentro de esa falta de ganas que tantas veces nos acecha detrás de la esquina, porque en verdad todo nos invita a vivir así. Hace poco hablando con un joven de una veinte años que es muy inteligente, probablemente la persona más inteligente que yo conozco, me reconocía que si muriese mañana, su vida podría decirse que no habría tenido sentido. Lo cierto es que me dejó sorprendido, porque es cierto que un tarde en colocarse, pero vivir sin sentido… claro la realidad nos anestesia, porque saliendo el fin de semana, teniendo alguna que otra relación, consumiendo esto o aquello… pues podemos «sobrevivir» pero que lástima ¿no?

Por so Dios una y otra vez, sale a nuestro encuentro para llenar de sentido nuestras oquedades, nuestros vacíos. Incluso dando un paso más, me atrevería a decir que Dios sale al paso también de nuestras inconsistencias, de nuestras contradicciones y de nuestros sin sentidos… pero para verlo, tenemos que para y mirar, así nos lo ordenaba en la primera lectura «el Santo»: Parad, mirad a lo alto…

Sí, para poder salir de todas esas enfermedades del espíritu es imprescindible, pararse, mirarse, confrontarse con uno mismo y mirar a lo alto con esperanza. Ya confrontarse es un paso de gigante, no esta de moda hacerse preguntas, de hecho hasta quieren eliminar la Filosofía de las escuelas, no está de moda pensar… pero aún así, los que se atreven a escrutar semejante senda, chocan con el árbol, porque sólo miran para sí mismos, se pierden el bosque.

Adviento es esto, pararse, saberse, y levantar la mirada para ver en el horizonte el profundo Amor de Dios que colma de sentido nuestra existencia. Recemos hoy por todos los que a las puertas del Misterio no consiguen creer, y preparemos la venida de nuestro Salvador como regalo, porque no nos ganamos su Amor, Él nos lo regala.