Siempre me ha llamado la atención de manera poderosa la expresión que hemos elegido por título de esta breve reflexión. El que tenga oídos para oír que escuche, y es que Jesús siempre se encontró rodeado de sordos, no porque en Israel abundasen las enfermedades auditivas, ciertamente desconozco si así era, sino porque la mayoría de sus interlocutores no querían oírle y muchísimo menos escucharle, vamos tampoco vamos a escandalizarnos porque nosotros mismos hay páginas del evangelio que preferimos obviar en nuestros discursos y en nuestra reflexiones, hay relatos oye que no nos gustan, y hacemos como los fariseos o los saduceos, no escuchamos a Jesús. Porque nosotros en nuestras ideas ya estamos bastante cómodos, para que meterse en más líos.

Sin ir más lejos hoy leyendo la primera lectura se nos puede colar, un caray, era necesario compararnos con los gusanos, algún descarado podría responder: gusanillo tu. Tal ve, podíamos pensar que esa expresión no va con nosotros, hombre eso se lo dicen a los pecadores, o a los demás… Sordos que no quieren oír.

Pero creo que todavía más sangrante que no querer oír las palabras del Evangelio, o por lo menos igual, es no querer oír lo que la realidad nos tiene que decir. Y pasa mucho en estas fiestas, en las que los sesudos predicadores nos enfrascamos en los desastres del consumismo, nos convertimos en auténticos cantores de las desgracias y miserias del pueblo, sin ser capaces de descubrir en medio de semejantes oscuridades la luz.

Estos días preguntaba en una misa a los niños de infantil qué visita les gustaba más de la Navidad, unos decían que la de Papá Noel, otros que la del los Reyes Magos, otros (pocos) que las de sus familias, sus abuelitos… y allí en el último rincón una niña minúscula dijo las palabras mágicas: ¡La de Jesús!, un aplauso para esa niña por favor, y les explicaba yo a los niños que la venida de Jesús es la más importante porque nos trae los regalos espirituales, los regalos materiales están muy bien, son la pera…. pero los espirituales que hay en ellos son todavía más importantes y esos siempre los pone Jesús, que durante unos minutos (horas si eres difícil) tu papá o tu mamá se haya preocupado de encontrar lo mejor para ti, lo que más necesites, implica generosidad, cuidado, amor… regalos espirituales.

No seamos pues como los sordos voluntarios que no eran capaces de oír, mucho menos de escuchar lo que Dios nos quiere decir, abramos los oídos del alma y escuchemos los llantos, y las risas de la realidad en la que Dios también nos llama con insistencia. Esto también es Adviento, abrir las orejas del corazón.