Ya se acabaron las clases y la catequesis hasta el año que viene (o sea, en tres semanas vuelven), y los restaurantes se llenan de comidas de empresa y felicitaciones de los unos para los otros. Mucho villancico, mucho brindis, mucho beso…, pero ahora en la parroquia está expuesto el Santísimo, tres personas están rezando, hay silencio y ahí es donde se está gestando de verdad la Navidad.

“Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo (…) He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.” No adelantemos acontecimientos. La Navidad es el día 25 y aun queda tiempo para prepararnos bien. Y la preparación se hace principalmente en el silencio del regazo de María. Nos hace falta ese silencio del vientre de María sólo interrumpido por el latido de dos corazones que van sonando a la par. Y a esos latidos se une la escucha atenta de San José que apoyaría su cabeza en el regazo de María mientras se sorprendía de cómo se estaba gestando esa vida. Silencio y escucha. Yo suelo madrugar bastante y cada día amo más el silencio, antes de que ningún otro se despierte ya estás contemplando al Señor, afinando el oído para escucharle. Sé que puede parecer imposible en estos días de tanto ajetreo, pero busca el silencio, busca la escucha. Sólo en el silencio se puede escuchar el canto de los ángeles, sólo en el silencio el llanto del Niño te indicará dónde está el portal. Sólo haciendo silencio y afinando el oído el Señor podrá derribar los muros más altos, las dificultades más grandes, los pecados más enormes y calentará esa tibieza que atenaza el corazón y lo pone triste.

Ante tanto ruido de palabras huecas y blasfemas el silencio es el mejor filtro para escuchar la única Palabra que perdura y vale la pena. Ante los insultos, vejaciones o desprecios el silencio te ofrece la única compañía de Aquel que nunca te defrauda y te quiere hoy como eres. Ante la túnica rota y manchada de la Iglesia el silencio son las manos de María que la va volviendo a coser para devolverle todo su esplendor. Contempla la escena de la anunciación con un reverente silencio, para que no se nos escapen ninguna de las palabras del diálogo de María con el ángel. Y que resuene en tu alma ese “Hágase en mí” que cambia la historia de la humanidad, que da un nuevo sentido a tu vida.  Y cuando el ángel se retire acércate a María y dile: “Y en mí, Madre, y en mí, que también pueda hacer el Señor lo que quiera.” Entonces va empezando la Navidad.

Según acabo este comentario me entero del fallecimiento de la madre de dos buenos amigos, una oración por ella y por ellos no rompe el silencio, nos introduce en el Misterio.