La liturgia de este día 24 nos mantiene en compañía de Zacarías, que, toda vez desatado del enmudecimiento que su falta de fe le produjo, desborda de gozo en el Señor proclamando ese himno que repetimos en la oración de los Laudes cada día.
Se pueden decir mil millones de cosas acerca de esa maravilla que brota del corazón creyente, pero hay que centrar el tiro y lo vamos a hacer en el hecho de que es una oración que recoge la historia de la fidelidad de Dios con el pueblo de Israel, con Abrahán y su descendencia (entre los cuales estamos nosotros, pues por algo le proclamamos como «nuestro padre en la fe» en una de las plegarias eucarísticas). Y con la que se viene esta noche, mañana, más todavía cabe pararse ante el Señor y darle gracias por tantas cosas que ha ido haciendo en nuestra vida, darle gracias por cómo ha entretejido tantas cosas a lo largo de los años para que podamos perseverar. Piénsalo: ¡qué milagro es el que tú y yo conservemos la fe! Eso sólo es posible porque Dios está con nosotros, cuidándonos y siendo fiel a la alianza que estableció con nosotros el día en que fuimos bautizados en el seno de la Iglesia.
Lo que tenemos que hacer ahora es seguir cultivando el espacio para escuchar a Dios y dejarle que entre en nuestra vida con esos torrentes de gracia que nos quiere regalar. Por eso, hagamos el propósito firme de abrirnos a la Palabra de Dios, de estar dispuestos a vivir de ella, así como de los sacramentos, signos e instrumentos de esa gracia que anhelamos, que necesitamos. Y con actitud de silencio interior… ¡qué importante es callar, en primer lugar, a nuestro papagayo interior que quiere que nosotros seamos el centro de toda vida!
También debemos acudir a esos lugares donde Dios habita de un modo especial: ¿acudimos un rato a la parroquia a rezar un poco y a pedir la compañía del Señor? Si no lo hacemos, quizás por aparente falta de tiempo inmersos en la vorágine del día a día, puede ser otro grandísimo propósito de Navidad.
Que cada cual vea lo que puede hacer, pero sería bueno que cada día tengamos un detalle con el niño Jesús. Así, el día de los Reyes Magos tendremos las mochilas llenas y le podremos decir: esto que tengo, esto que soy, te lo ofrezco, Señor. Tómalo, tuyo es, mío no.
Gracias Señor por hacerte como uno de nosotros para que pudiéramos entender el VERDADERO AMOR.
Hagamos posible la esperanza con nuestros gestos y con nuestros detalles. Esperanza es el nuevo nombre de la Navidad. Y a esa esperanza hemos de comprometer nuestra vida. Una vida sobria que significa también solidaridad, fraternidad y justicia social, Una vida honrada en el cumplimiento de la entera ley de Dios, en el respeto a los demás, en la equidad y cuyos otros nombres son también solidaridad y fraternidad. Una vida religiosa: una vida que descubra a Dios, al Dios revelado por Jesucristo, al Dios de rostro y corazón humanos, qué en Belén, en Jesús, es el niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Una vida, sí, sobria, honrada y religiosa
Existe mayor distancia entre Dios y el hombre que entre el hombre y la muerte. No llegamos a ser conscientes de la prueba de amor que supuso la encarnación y nacimiento del Hijo de Dios, punto de partida del proceso de Redención que culmina en su muerte y Resurrección. Quienes hoy gozan de la bienaventuranza eterna, , le deben al nacimiento que hoy conmemoramos el inicio del audaz rescate por parte de Cristo a todos cuantos deciden vivir unidos a El.
Arrodillado ante el Niño –Dios, y en nombre de quienes hoy , por circunstancias de la vida, viviremos una Navidad difícil , no puedo por menos que agradecer a Dios que con su nacimiento y venida al mundo nos haya ofrecido la única alternativa válida al siniestro camino de la desesperanza.
Que quieres de mi Señor?