Lleno de amor y verdad. “Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros lleno de amor y verdad”. Eso es lo que confesamos el último día del año. Ahora el tiempo ya es relativo porque solo Dios es absoluto. Los creyentes no tememos el paso del tiempo porque el Hijo de Dios, “engendrado desde toda la eternidad, comenzó a existir en el tiempo para asumir en sí mismo todo lo creado, reconstruir lo que estaba caído y encaminar al hombre descarriado hacia el Reino celestial”. Sólo Él puede hacerlo: llevarlo todo a su plenitud, a su consumación. Por eso en medio de las incertidumbres y peligros ciertos que nos preocupan, hoy contemplamos a Cristo, aquel que es el mismo ayer y hoy y siempre porque suyo es el tiempo y la eternidad. Y no tenemos nada que temer.

“¿Qué le pides al Año Nuevo?” es la pregunta que más vamos a oír hoy en las entrevistas a los personajes públicos: políticos, artistas, científicos o deportistas. Y la verdad es que desde muy niño esta pregunta siempre me ha parecido una soberana estupidez. Se pueden pedir cosas buenas, uno puede tener deseos y esperanzas para su futuro, pero de ahí a hacer una petición a un tal “Año Nuevo” … ¿quién es ese señor para escuchar y mucho menos responder a nuestras peticiones? Lo siento, pero no. No voy a pedirle nada a nadie que no exista, que no pueda hacer algo por mí, o que no me quiera lo suficiente como para hacerme caso. Por eso yo hoy le pido todo a mi Señor Jesucristo y lo hago de la manera más sencilla y expresiva que se me ocurre, postrándome ante Él. No necesito decir nada porque ese gesto hoy ya lo dice todo. Cuando un hombre se postra ante Dios ya está confesando de una sola tacada tres grandes verdades, las que te cambian la vida: que Dios existe, que es poderoso y que le ama. Dios es el que es y todo lo demás hoy está y mañana puede no estar. Dios es el que sostiene todo en un acto de permanente creación continua. Dios es el que ama todo lo que ha creado y lo llama a la vida, es Dios de vivos no es Dios de muertos.

Por eso esta noche, cuando muchos caigan en las fauces y se dejen devorar por los falsos dioses de este mundo; muchos creyentes celebraremos la Eucaristía para dar gracias a Dios, pedir perdón por el pasado y gracia para el futuro. Sí, debemos dar las gracias por todo lo que hemos recibido en este año que se acaba, tantas bendiciones y tantos buenos momentos que hemos vivido. También es oportuno reconocer nuestras ingratitudes e infidelidades, tantas ocasiones que hemos desaprovechado para hacer su voluntad y responder a sus llamadas; y pedir perdón por ello. Por último, reconociendo nuestra pequeñez y nuestra nada, es prudente confesarle a Él como el principio, el fundamento y el sentido último de nuestra vida; y pedirle, por tanto: “dame, tu amor y tu gracia, que eso me basta”.

“Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a quienes le recibieron y creyeron en él, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre”. Esta es nuestra esperanza: porque sabemos que él vive entre nosotros, esperamos que su Reino llegue a su plenitud entre nosotros. Pedimos que viviendo como hijos de Dios Padre no busquemos otra cosa sino cumplir su voluntad en esta tierra y en este tiempo que tenemos ante nuestros ojos. Amén.