Se pusieron en camino”. Los Magos podían haberse quedado tan ricamente en casa, que la vida privada de aventura es menos molesta, no requiere ni desgaste ni compromiso. Como decía aquel, “pudiendo no ir, ¿para qué molestarse?. En el fondo el cristianismo es un combate contra el sedentarismo. Si Pedro hubiera esquivado la mirada del Maestro no habría dejado las redes, habría seguido contando los peces del lago y su perfil podría haber sido el calco de cualquiera de sus contempéranos. Pero se puso en camino, y ahí empezó todo. Antes de que Carlos de Foucauld fuera uno de los grandes enamorados de Dios de nuestros tiempos, pasó años explorando Marruecos. Hasta llegó a recibir de la Sociedad Geográfica francesa la medalla de oro al primer explorador del país norteafricano. Y ese espíritu de aventurero lo quiso mantener en su relación con Dios, dejó escrito que debía seguirlo siendo en su estado de consagración, “yo quería entrar hasta el fondo en el bosque de Dios y allí perderme sin remisión”.

Desde el momento que sales de tu casa te expones a cualquier eventualidad que no tengas prevista, un encuentro fortuito, un accidente, una sorpresa mayúscula… Conozco a un joven que trabaja en consultoría y pasa su vida viajando por los países del Medio Oriente. Me dice que lleva consigo un programa de vida riguroso que tiene muy claro y del que no quisiera salirse, por eso no piensa todavía en exponerse al enamoramiento. Pero ni él mismo puede predecir el momento en que se deje alcanzar por una joven que provoque en él una fisura definitiva en su programa de vida. Y entonces no tendrá más remedio que ponerse en camino y hacer añicos toda aquella planificación tan estudiada. Lo mismo pasa con el amor a Dios, un día lo entrevés con ligereza, y entonces se ponen inmediatamente ante ti dos caminos: o te quedas o te expones. Los santos dejaron la casa de sus comodidades y se pusieron a perseguir a Dios. Como dice San Agustín: “a buscarlo para encontrarlo y a encontrarlo parta seguirlo buscando”.

Y los Magos no pudieron llevar mucho consigo, algunas pertenencias, pero poca cosa. Tan sólo los regalos para el Niño Dios y alguna previsión para el camino. Mantengo la teoría de que en la vida no hay que facturar, hay que llevar un equipaje de mano con el que poder salir al encuentro del Señor en esta y en la otra vida. No valen las preocupaciones superfluas, sólo el bien que vamos a dar a los demás, a imitación de los Magos. Y así marchamos, como los hijos de la mar, con poquito en el macuto.

Y menuda sorpresa la de los Magos, en vez de la majestad de un igual, se encontraron a un bebé en una covacha de animales. ¿Y si crecer significara descender hasta las pezuñas de un buey? Pues con eso se quedaron, su vida no volvió a ser la misma.