No sé si eres consciente del Evangelio de hoy. Ponte en situación. Estás en la sinagoga de Nazaret, eres un judío observante, has oído un millón de veces el pasaje de Isaías dedicado a la llegada del Mesías. Y de repente el lector del texto, un tipo de tu ciudad natal del que has oído hablar mucho porque la fama de santo le ronda, dice públicamente que él es el Mesías, que de quien los profetas hablan está ahí delante, vamos, que los oyentes habéis tenido la suerte de dar con él. La reacción no puede ser más lógica, es un farsante porque la situación es impensable.

No estamos preparados para darnos de bruces con la Verdad, escogemos seguir petrificados en nuestras inseguridades. Me lo ha dicho recientemente un chico joven, “prefiero seguir con una vida sin definición porque, ¿cómo sé yo que el budismo no es la verdad o el Islam o, no sé, el sintoísmo?”. Y prefiere no ponerse en camino. Qué hermosas las palabras del Papa Francisco en la homilía de la Nochebuena de estas Navidades, “mientras nosotros andábamos en nuestras cosas, el Señor se puso en medio de nosotros”. He repasado estos días algunos textos del fundador de la Logoterapia, el doctor Viktor Frankl. Decía que había que abandonar preguntarse por el sentido de la vida, que es justo al revés, “es la vida la que nos plantea preguntas, vivir es asumir la responsabilidad de responder correctamente a las preguntas que la vida plantea”. Es cierto, en la vida hay enfermedad, opresión, impureza, pobreza, angustia, y es entonces cuando el alma se pregunta ¿y todo esto por qué?, ¿quién me ayuda?

Entonces alguien muestra con sus palabras y milagros que Él puede alcanzarnos a través de la adhesión a su persona. Pero preferimos no gastar nuestra carta de apuesta, y así podemos seguir la vida entera, con la carta guardada. Me decía una persona madura que antes de seguir al Señor, “prefiero quedarme alimentando mis pequeñas miserias”. Palabras textuales, prometo.

Los maestros de nuestra sociedad nos han metido en el cerebro que tenemos que ser ciudadanos críticos, que no podemos aceptar las cosas tal y como vienen, sino juzgarlas detenidamente para no tragarnos lo que sea. Y es verdad, pero ¿quién nos enseña a adherirnos a la verdad?, ¿dónde están los maestros que nos guíen hacia la verdad? Estamos tan desencantados que creemos que la verdad es un cuento, que no hay Mesías, ni explicación a la existencia. Por eso el Señor, que nos mira siempre de cerca, se asombra de nuestro desinterés. Todos estamos en el círculo de los discípulos de Emaús, interpretamos las Escrituras y la vida a nuestro modo, como ciegos que viven a tientas.