Ayer terminaba la semana de oración por la unidad de los cristianos y hoy siguen perdurando sus ecos en la segunda lectura. San Pablo exhorta a la comunidad de Corinto a mirar a Cristo como única roca firme que aglutina a todos los creyentes y construir de este modo la iglesia. El resto de rocas sirven para levantar el edificio, sobre los cimientos de las columnas, que son los Apóstoles. Pero ni siquiera ellos son instituidos para ser cada uno la base de todo el edificio. Sólo Cristo es el salvador universal, fundamento último de todas las partes de la Iglesia, y sólo a él se deben los dones sobrenaturales que constituyen la esencia de la Iglesia.

Dentro del edificio, algunas piedras son más importantes, más fundamentales. Pero deben mantener siempre su función dentro de un edificio que tiene muchas partes. No es lo mismo una base de la columna que un muro decorativo. En la Iglesia hay, y habrá siempre, personas que por su función o por su gran carisma sean más visibles. Si hay que hablar de la virtud de la caridad, citaremos seguramente a Santa Teresa de Calcuta; si de contemplación, a santa Teresa de Jesús o a san Juan de la Cruz; si de espíritu misionero, a san Francisco Javier; si de matrimonios santos, a san Isidro Labrador y santa María de la Cabeza. Siempre hay alguna piedra más vistosa que otras porque tienen un carisma especial. Es evidente.

El carisma que tenían Pablo, Pedro y Apolo serían indudables. Pero no son el centro. La tarea de todos los cristianos es siempre mirar a Cristo, que es nuestra luz y salvación, como respondemos en el salmo.

Ciertamente algunas personas nos ayudarán más que otras. Cada uno de los que lee este comentario tiene preferencias a ciertos carismas o espiritualidades que forman parte de su camino personal de crecimiento. También algún sacerdote o consagrado o laico que ha influido por su carisma en su vocación cristiana. Pero ese afecto, tan necesario y humano y que debe perdurar toda la vida si está bien cimentado, ha de consolidar una relación personal con Cristo, que es el verdadero fin.

Si una persona tiene carisma y es persona sabia, conducirá las almas hacia el Señor. Si no ayuda a mirar en esa dirección, aunque tenga buenas intenciones, su tarea ha fracasado porque depende sólo de su personalidad y carisma. Y las personas pasamos. Santa Teresa de Calcuta comentó una vez que sabía distinguir a los voluntarios recién llegados de aquellos que ya llevaban tiempo colaborando: los novatos, en la capilla, miraban admirados sobre todo a Madre Teresa; los otros, miran a Jesús eucaristía.

Cristo comienza su vida pública con el imperativo de la conversión. Consiste en poner los ojos fijos en él para contemplar una luz que brilla y que nunca se apaga: el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande. Al contemplar esa luz, viene la alegría, aumenta el gozo: ¡el Señor es mi luz y mi salvación!.

Pidamos al Señor que todas nuestras tareas, trabajos, proyectos y planes pastorales, misioneros y apostólicos busquen sobre todo ayudar a las personas a convertirse al Señor, a mirarle a Él y no quedarse en los medios.

 

PD: si cada uno de los lectores reza un avemaría por este sacerdote cumpleañero, seguro que dará un estirón en santidad, que falta le hace.