Comentario Pastoral

PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

Esta fiesta, celebrada tradicionalmente en las Iglesias de Oriente y Occidente cuarenta días después de Navidad, originalmente tenía una dimensión penitencial por su coincidencia cronológica con los ritos paganos de las «lustraciones». La simbología de la luz, sacada del cántico de Simeón, dio origen a una solemne bendición de las candelas con procesión. Pero lo central de la celebración litúrgica es Jesús, que es llevado al templo para encontrarse con el pueblo creyente.

El «mensajero de la alianza» que entra en el templo, según frase de Malaquías, es el Mesías, el Señor, el que restablece la comunicación entre Dios y la humanidad pecadora, el sumo sacerdote que a través de su sacrificio personal salva a sus hermanos.

Hoy, el salmo 23, usado para las procesiones del Arca en el templo, sirve como salmo responsorial como gran introducción al relato evangélico de San Lucas: «!Portones, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria!».

La liturgia de la Palabra de este día es un canto de luz, de esperanza, de salvación. La historia ha quedado bendecida y salvada con la entrada de Cristo en el templo. Nosotros también, como dice la monición de entrada de la Eucaristía, impulsados por el mismo Espíritu, congregados en una sola familia, vayamos a la casa de Dios, al encuentro de Cristo. Lo encontraremos y lo conoceremos en la fracción del pan.

El tema gozoso de la luz y de la salvación pone de relieve, por antítesis, el tema de las tinieblas y del pecado. La pasión de Jesús proyecta ya su sombra sobre los primeros momentos de su infancia y sobre su madre, cuyo corazón será traspasado por una espada, símbolo del dolor más profundo. Para entrar en el Reino de la luz hay que pasar muchas tribulaciones.

El templo, el sacrificio perfecto, el culto constituyen el hilo conductor de las lecturas de esta fiesta, y son una invitación clara a descubrir la liturgia como lugar de encuentro entre Dios y el hombre. Como dice la oración colecta de la Eucaristía, necesitamos tener el alma limpia para ser presentados delante del Señor.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Malaquías 3, 1-4 Sal 23, 7. 8. 9. 10
Hebreos 2, 14-18 san Lucas 2, 22-32

 

de la Palabra a la Vida

La fiesta de la presentación del Señor en el templo de Jerusalén ha sido llamada desde muy antiguo la fiesta «del encuentro». Dios sale al encuentro de su pueblo, Jesús al encuentro de Simeón en su templo, aunque nos parezca que es el anciano sacerdote el que sale al encuentro de Jesús, para ofrecer una nueva forma de culto. Cristo se somete a la ley de Israel referida a los primogénitos que han de ser ofrecidos en el templo, pero la supera, pues Él no será «rescatado» de la muerte, sino que se entregará a ella en aquel mismo lugar unos años después. Así se entiende que Cristo entra en el Templo, pero Él mismo será el nuevo templo en el que dar gloria a Dios. Él va a cumplir las profecías anunciadas acerca de que el Mesías entraría en el Templo y también, como hemos escuchado en la primera lectura, las que dicen que el mensajero será una ofrenda agradable para todos, y así pone de manifiesto una continuidad con el pueblo de Israel y una novedad por ser luz para todas las naciones.

El encuentro en su presentación es, en definitiva, de Cristo como luz que entra a iluminar, a purificar a los hombres con su luz, llevado en manos de su Madre, la candela llevada por la candelaria. Y así, encontramos en la presentación en el templo dos elementos unidos desde la antigua tradición: luz y vida. Jesús entra en el templo como luz que ofrece nueva vida para todos. La luz es para aquel que se deja iluminar por ella, nueva vida, como lo es para el anciano Simeón y la profetisa Ana. Cuando el pecado, simbolizado en la ancianidad, es puesto a la luz de Cristo, se deja iluminar por la luz de Cristo, se convierte en alabanza y alegría para todos.

Por eso, la presentación en el templo de Jesús es causa de nuestra alegría, en el encuentro de Dios con el hombre, este no recibe maldición, no experimenta miedo, sino que es un encuentro que habla de alegría, de vida, de bendición y de alabanza. De hecho, ahora sí es posible una verdadera y plena alabanza. Cristo propicia que el hombre se descubra liberado, vencida la esclavitud del pecado, pues en su entrega como primogénito, recién nacido, está anunciada la liberación que consumará en la cruz. Ahora sí, el culto con Dios es posible,

Cristo lo ha hecho posible, y la humanidad se beneficia de tan inmerecido don. Convendría que miráramos si acogemos el culto a Dios, la celebración en la Iglesia en la que nosotros participamos asiduamente, con la misma satisfacción y con el mismo agradecimiento. La salvación nos ha encontrado, la luz y la vida han venido a nuestro encuentro cuando, por nuestro pecado, más insospechado nos podría parecer.

Tal y como antiguamente entendía esta fiesta la Iglesia, ella, la esposa, se encontraba con el esposo. Cristo, el esposo, era guiado al templo nupcial, donde la Iglesia, representada en los ancianos que esperaban, se alegra y se rejuvenece con la venida de la salvación, en unos desposorios que ya no se podrán romper. Por la encarnación, el culto y la salvación nos han salido al encuentro y ahora podemos bendecir a Dios, ahora Dios, uno como nosotros, nos ilumina para siempre. Recordar su unión con nosotros nos hará mantener la esperanza en toda circunstancia. Tantas situaciones tenemos que afrontar en las que nos vemos sin luz, o solos, o sin esperanza de mejora . .. Cristo ya se ha unido a nosotros, ya nos ilumina, ya nos permite participar de su ofrenda en nuestra vida, de una forma permanente. ¿Aprecio esa comunión? ¿Profundizo en el valor de esa ofrenda? ¿Acepto que salga a mi encuentro a su manera, o le impongo cómo tiene que venir a mí?

Para la Iglesia, esta fiesta es tan importante que ha ocultado al domingo que nos habría correspondido celebrar: vivamos también nosotros la importancia de esa luz y de esa ofrenda.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica

Durante algunos siglos los cristianos han vivido el domingo sólo como día del culto, sin poder relacionarlo con el significado específico del descanso sabático. Solamente en el siglo IV, la ley civil del Imperio Romano reconoció el ritmo semanal, disponiendo que en el «día del sol» los jueces, las poblaciones de las ciudades y las corporaciones de los diferentes oficios dejaran de trabajar. Los cristianos se alegraron de ver superados así los obstáculos que hasta entonces habían hecho heroica a veces la observancia del día del Señor. Ellos podían dedicarse ya a la oración en común sin impedimentos. Sería, pues, un error ver en la legislación respetuosa del ritmo semanal una simple circunstancia histórica sin valor para la Iglesia y que ella podría abandonar. Los Concilios han mantenido, incluso después de la caída del Imperio, las disposiciones relativas al descanso festivo. En los Países donde los cristianos son un número reducido y donde los días festivos del calendario no se corresponden con el domingo, éste es siempre el día del Señor, el día en el que los fieles se reúnen para la asamblea eucarística. Esto, sin embargo, cuesta sacrificios no pequeños. Para los cristianos no es normal que el domingo, día de fiesta y de alegría, no sea también el día de descanso, y es ciertamente difícil para ellos «santificar» el domingo, no disponiendo de tiempo libre suficiente.

(Dies Domini 64, Juan Pablo II)

 

Para la Semana

Lunes 3:

2Sam 15, 13-14.30; 16, 5-13a. Huyamos de Absalón. Dejad a Semeí que me maldiga, porque se lo ha mandado el Señor.

Sal 3. Levántate, Señor, sálvame.

Mc 5, 1-20. Espíritu inmundo, sal de este hombre
Martes 4:

2S 18,9-10.14b.24-25a.30-19.3. ¡Hijo mío, perdón! ¡Ojalá hubiese muerto yo en vez de ti!

Sal 85. Inclina tu oído, Señor, escúchame.

Mc 5,21-41. Contigo hablo, niña, levántate.
Miércoles 5:
Santa Águeda, virgen y mártir. Memoria

2Sam 24, 2.9-17. Soy yo el que he pecado, haciendo el censo de la población. ¿Qué han hecho estas ovejas?

Sal 31. Perdona,  Señor, mi culpa y mi pecado.

Mc 6, 1-6. No desprecian a un profeta más que en su tierra.
Jueves 6:
San Pablo Miki y compañeros, mártires. Memoria.

1Re 2, 1-4.10-12. Yo emprendo el viaje de todos. ¡Ánimo, Salomón, sé un hombre!

Salmo. 1Cro 29, 10-11ab.11d-12. Tú eres Señor del universo.

Mc 6, 7-13. Los fue enviando.
Viernes 7:

Eclo 47, 2-13. De todo corazón amó David a su Creador, entonando salmos cada día.

Sal 17. Sea ensalzado mi Dios y Salvador.

Mc 6, 14-29. Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado.
Sábado 8:

1Re 3, 4-15. Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo.

Sal 118. Enséñame, Señor, tus leyes.

Mc 6, 30-34. Andaban como ovejas sin pastor.