SÁBADO 1 DE FEBRERO DE 2020 / III SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A

PASAR A LA OTRA ORILLA (Marcos 4, 35-41)

Pasar a la otra orilla es siempre arriesgado, muy arriesgado. Es la metáfora misma del riesgo por cambiar, por innovar, por no acomodarnos en el siempre he sido así, o el siempre se ha hecho así, o como puede ser de otra manera. Pero la vida nos enseña que cambiar es vivir. Que perder es ganar. Que moverse, movilizarse, es avanzar.

Jesús invita a sus discípulos, pescadores bien bregados en el arte de la pesca, que pasaran a la otra orilla del lago, como a nosotros nos pide que, una y otra vez, cambiemos de registro, y pasemos a la otra orilla del lago de nuestro mundo, tanto distinto al mundo de otros, donde las cosas se ven y se viven de otro modo al nuestro. Les pidió a ellos cambiar de posición, y nos pide a nosotros cambiar de posición. Aquellos pescadores sabían que, en aquel momento, ese no era un buen consejo, porque amenazaba tormenta. Nosotros también somos prudentes, extremadamente prudentes, a arriesgar nuestra posición en la vida (social, económica, cultural, etc…), porque no sabemos lo que nos separa y lo que nos depara ese riesgo: un mar abrupto y profundo, una peligrosa tormenta, vientos capaces de romper nuestras seguridades, noche y tinieblas en las que perdernos.

Y sin embargo, aquel mal consejo fue un buen consejo. Para ellos, los pescadores de Galilea, y para nosotros, sea lo que sea que seamos. Y no es bueno sólo porque a la postre el destino de nuestro viaje con él sea mejor que el origen de nuestra partida. Y esto porque acostumbrados a pensar siempre desde nuestra posición, decidir siempre desde nuestra posición, y actuar siempre desde nuestra posición, se nos viene todo esto a pique por la sencilla razón de que cambiamos de posición, y descubrimos la posición de otros, el pensar de otros, el decidir de otros, y el actuar de otros, tan sabios o tan ignorantes que nosotros, pero distintos, que abren nuestras mentes a otras verdades, nuestros ojos a otras realidades llenas de belleza que desconocíamos, o a expresiones y manifestaciones del bien que no habríamos jamás imaginado. Es lo que tienen las otras orillas, que no solo cambia el paisaje, sino que cambia la mirada, y nos despojamos de nuestras falsas seguridades.

Pero no sólo eso. La travesía misma, la penosa travesía misma, es también un buen consejo. Para aquellos pescadores que seguían a Jesús, y para nosotros, seamos lo que seamos que también queremos seguir a Jesús. Y es que tormenta y las olas llenando de agua nuestras barcas, son una bendición cunado Jesús va con nosotros. Nos dan la oportunidad de calibrar nuestra debilidad, y de buscar a Jesús, de llamar a Jesús, de despertar a Jesús, para darnos cuenta que con él, y sólo con él, nada ni nadie puede darnos miedo. Y de la fe consiste en esto, en asombrarnos y admirarnos, y preguntarnos: ¿Quién es este que hasta los vientos del infortunio y el mar tormentoso de todas nuestras inseguridades lo obedecen, y porque lo obedecen, con él siempre estamos a salvo?