Quien camina con Cristo va participando de sus sentimientos. En el evangelio que hoy leemos se nos dice que Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “Siento compasión de la gente”. ¿No hemos sentido nosotros alguna vez esa confidencia que sale del Corazón de Jesús? “Siento compasión”. En la historia encontramos testimonios de santos a los que el Señor ha iluminado con revelaciones especiales. Pero esta, parece que es una que se dirige a todo cristiano. Y, hemos de reconocerlo, ha sido también muchas veces respondida, porque no faltan, allí donde se establece la Iglesia, múltiples testimonios de acción social y caritativa.

Los discípulos “replicaron”. Es ese un primer movimiento. Un impulso que nos nace de inmediato cuando no vemos la hondura del Corazón del Señor y sí la inmensidad del problema que tenemos delante: “¿Y de dónde se puede sacar pan, aquí, en despoblado, para saciar a tantos?”. Sin duda la descripción es precisa: un lugar solitario, una multitud inmensa y una inquietud grande por dónde obtener el alimento. Pero Jesús, les enseña a mirar no sólo el problema sino también el inicio de la solución: “¿Cuántos panes tenéis?” Gracias Señor por ayudarnos a ver que podemos amar a los que tenemos alrededor y que no hay excusa. Tú vas a tomar nuestra pequeñez y la vas a multiplicar. Tu amor no defrauda.

Y ese detalle de que los discípulos repartan el alimento. Quien multiplicó los panes y los peces podía haberlos hecho llegar a cada uno de los comensales sin dificultad. Pero quiere servirlo a través de sus discípulos, convertidos en servidores de la misericordia. Después, ya lo sabemos por san Juan, Jesús dará un sentido eucarístico al milagro realizado. Pero antes ha saciado el hambre de toda aquella gente. Su compasión abarca al hombre completo, necesitado de bienes materiales y también ayuno de alimento espiritual.

Bien sabemos que nosotros, muchas veces, sentimos esa participación en la compasión de Cristo por nuestra participación en la comunión eucarística. Al tomar conciencia de ese amor por el que se une a nosotros en la intimidad, dándonos su propio cuerpo como alimento, sentimos también la llamada a hacer de nuestra vida un don para los demás. Ciertamente experimentamos la impotencia y la incapacidad de medios, pero el Señor nos enseña a buscar esos recursos, que nos pueden parecer pequeños y lo son, pero que Él va a utilizar para que su amor se difunda.

Y cuál no debió ser la alegría de los discípulos al ver que aquel prodigio pasaba a través de sus manos. No eran los artífices; no estaba en ellos el poder. Pero el Señor los hizo servidores de su bondad. Grande debió ser su contento por el bien realizado y por esa asociación a la compasión del Señor.

Jesús, qué bueno eres con nosotros. Danos tu gracia para poder mostrar a los demás tu misericordia. Enséñanos a ver al hermano que pasa por momentos de dificultad y a no buscar excusas porque u amor todo lo puede.