En el Evangelio de hoy leemos un fragmento del Sermón de la Montaña. En él Jesús nos propone un horizonte moral muy exigente. Sin embargo, cuando escuchamos las palabras del Señor no nos sentimos acorralados por la angustia de cómo vamos a cumplir lo que se nos manda o de si nos será posible vivirlo hasta el final. Conforme vamos escuchando y meditando las enseñanzas de Jesús sobre los diversos preceptos se nos va abriendo un horizonte nuevo, que es el de su amor. Nos fascinan las palabras de Jesús porque nos muestran la belleza de la vida cuando esta se realiza según el designio de Dios. Si sentimos alguna inquietud esta nace al darnos cuenta de que nuestra existencia no se ciñe a lo que Jesús dice. Hemos empequeñecido, con interpretaciones y adaptaciones el alcance de los mandamientos. Pero ahí está Jesús, que ensancha nuestra mirada y que, además nos ofrece su gracia. Un autor reciente señalaba que el corazón de todo hombre hay un deseo de justicia. Pero constataba, al mismo tiempo, que somos exigentes para con los demás y, sin embargo, nos relajamos cuando de trata de lo que nosotros debemos hacer.

Desde lo alto de la montaña, (que nos recuerda a Moisés cuando recibió los mandamientos en lo alto del Sinaí), Jesús enseña. Suena su “yo os digo”, que subraya su autoridad. Pero también nos indica que si la Antigua Ley fue grabada en tablas de piedra, la nueva será puesta en nuestros corazones por el don del Espíritu Santo. Así, É que nos muestra con mayor amplitud el contenido de los preceptos también nos va a capacitar para cumplirlos.

Jesús nos dice que nuestra justicia “ha de ser mayor que la de los escribas y fariseos”, que se habían convertido en custodios de una letra muerta. Porque sin la referencia continua a Dios, y si Él no va esponjando continuamente nuestro corazón con su luz, los mandamientos se vuelven farragosos y pesados. Queda entonces el recurso de convertirse en intérprete experto; pero el Señor nos llama a vivir con alegría en su amor; a dejarnos conducir por Él poniendo todas nuestras capacidades para cumplir el bien. Lo que nos enseña es lo que nuestro corazón necesita para que nuestro corazón pueda alcanzar el cumplimiento de su deseo.

Tenemos a la Iglesia que, con sus enseñanzas nos instruye sobre el obrar moral. Es importante estar atento a ellas. Pero también, con el salmo rezamos: “enséñame a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón”. Es una petición que podemos hacer a diario en la oración. Jesús es Dios encarnado que nos ofrece su amistad. Es por ello que, hablando con Él, podemos ir mostrándole las dificultades que tenemos para ser fieles, y también pedirle luz en los momentos de oscuridad y duda. Pero sobre todo, con la cercanía que nos ofrece, tenemos la certeza de que siempre está dispuesto a ayudarnos para que perseveremos en el camino del bien.