Martes 18-2-2020, VI del Tiempo Ordinario (Mc 8,14-21)

“Ellos comentaban: ‘Lo dice porque no tenemos pan’.” Después de una corta pero intensa discusión con los fariseos, Jesús abandona el lugar donde había multiplicado los panes y subiendo a la barca se dirige a la otra orilla del mar. En la travesía, les iba aleccionando y enseñando: “Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes”. Sin embargo, ellos mientras escuchaban estas palabras no se estaban enterando de nada. No entendían de qué les hablaba Jesús. Quizás a ti y a mí nos ha pasado más de una vez. Abrimos el Evangelio (o algún otro libro de la Biblia), leemos un pasaje… y no entendemos nada. O a lo mejor un domingo hemos comprendido las lecturas de la Misa tanto como si se hubieran proclamado en ruso o en chino. O en la oración somos incapaces de descubrir qué nos quiere decir el Señor con unas palabras. Es que no es fácil muchas veces entender a Jesús, comprender su lenguaje. Pero en esos momentos no nos puede pasar lo mismo que a los apóstoles que le acompañaban en la barca. No debemos tener miedo de preguntarle al Maestro.

“¿No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois? ¿Para qué os sirven ojos si no veis, oídos si no oís?” Tú y yo queremos ser de los discípulos que habían subido a la barca con Jesús. Y no nos importa recibir de sus labios esta pequeña reprimenda… Porque en el fondo sabemos que tiene toda la razón. Hoy en nuestra oración podemos hacer un acto de humildad y reconocer ante nuestro Dios nuestra pequeñez y nuestra debilidad. No tengas miedo de decirle que tantas veces no entiendes qué quiere de ti, que te cuesta comprender su lenguaje, que eres un poco torpe para seguirle, que en ocasiones no reconoces su presencia o no oyes su ruido a tu lado… No te importe contárselo en confidencia. Él te conoce, y sabe perfectamente de qué barro te ha formado. Él no se escandaliza de tus miserias y torpezas. Al contrario, quiere que te des cuenta de ello. Porque cuanto más pequeño, necesitado y débil te veas, antes acudirás al único que nos pude sostener. Confesemos hoy nuestra ignorancia al Maestro, para que sea Él quien nos enseñe, Él en persona. Acudamos a Él, escuchémosle, sigámosle, aunque muchas veces no entendamos demasiado, porque sólo Él tiene Palabras de vida eterna.

“¿Os acordáis?” La oración es acudir a la escuela de Jesús. Es sentarse a los pies del Maestro y oír su voz. Es preguntarle, y que Él nos explique con calma. Es dejar que tantas veces hable de lo que quiera. Es beberse todas y cada una de las palabras de salen de sus labios. Es dejar que Él nos pregunte y que saque a la luz tantas situaciones oscuras de nuestra vida. Es, en definitiva, diálogo de intimidad, con aquel que es Amigo, Maestro, Médico, Padre. Por eso, la oración consiste más en escuchar a Cristo que en usar muchas palabras. Vayamos a la oración con los oídos del alma bien abiertos. Dejemos que Él nos enseñe. Permitamos que sea Él quien guíe nuestra vida.