Hace ya algunos años que conocí a San Agustín, el santo de Hipona me llamó sobre todo la atención por su búsqueda inquebrantable de la Verdad, por ser aquel corazón inquieto que escudriñando caminos variopintos, a veces lejanos de Ti, buscaba y buscaba siempre insatisfecho. Siempre he imaginado a Agustín con los ojos brillantes de un niño que descubre los secretos del universo, y con la limpia sonrisa que da el saberse vencedor de la carrera más importante del mundo, la de la propia vida.

Hoy al sentarme frente al ordenador para redactar estas letrillas, escuchando a Santiago que con su carta ilumina nuestra liturgia estos días, me imaginaba a Agustin sentado en su cátedra, predicando con tranquilidad pero con la pasión del que sabe que lo que dice es verdad, desde la Verdadera Sabiduría. Un compañero mío dice que la teología debe ser contrastada con las llagas del mundo, y puede que tenga razón. A veces nuestra soberbia razón, soberbia por lo elevado de sus capacidades, pero también por lo engreídos que nos hace, se ve falta de argumentos ante la verdadera Sabiduría, la de Dios.

Y eso ocurre en el relato de Marcos que también acabamos de escuchar. Los discípulos no pueden con el demonio y esto provoca la duda del padre que sufre por su hijo. Es una escena verdaderamente dramática, un padre apunto de abordar toda esperanza ante la enfermedad de su hijo… un padre que duda incluso de que Jesús pueda hacer algo y que se asoma al abismo de la desesperanza, al abismo del sin sentido… pero es ahí cuando la noche se hace más oscura dónde Dios rompe la oscuridad de forma grandiosa.

La fe que duda es la que encuentra la certeza en el sufrimiento, la que está iluminada por al Sabiduría de Dios, la que ha probado la hiel de la finitud y se encuentra con las mieles de la eternidad, la que, en definitiva, es capaz de no caer en el pecado de Adán y ponerse en el lugar de Dios. La fe que no duda no está contratada con la vida y no conoce de la Sabiduría de Dios, se construye con severas elucubraciones, con profundas reflexiones que resuenan en el vacío…

Gracias Señor, por convertirte en la certeza superviviente de mis dudas.