Comenzamos hoy, miércoles de ceniza el tiempo cuaresmal, recuerdo de aquellos 40 días que el Señor pasó en el desierto preparándose para su vida pública, y recuerdo también de la larga travesía de 40 años que el pueblo de Israel tuvo que realizar desde el Éxodo hasta la llegada a la Tierra prometida. Así la cuaresma podemos plantearla en clave de desierto.

Bíblicamente el desierto es un lugar muy particular, porque el desierto es lugar de Encuentro con Dios, por ejemplo es en medio de esa travesía donde Israel recibe las tablas de la Ley podríamos encontrar más textos y más ocasiones, por ejemplo el Bautista nos llamaba, en el ya olvidado tiempo de Adviento, a preparar los caminos del Señor… así pues la Cuaresma en esta perspectiva huele a posibilidad, huele a Dios y huele a una relación nueva con él.

Sin embargo, para nosotros el desierto tiene connotaciones negativas, siempre imaginamos el desierto como el lugar dónde no hay vida, el lugar de la muerte, es el lugar de las alucinaciones, el lugar del peligro, las dunas, los espejismos… incluso la escasa fauna, asociamos al desierto a los lagartos y a los escorpiones, que no son en nuestro imaginario animales simpáticos como lo puede ser el koala o los osos panda… la flora, asociamos al desierto los cactus, con sus pinchos y sus asperezas… en general el desierto no atrae poco.

¿Cuán de las dos cosas es el desierto como símbolo? ¿el lugar de la perdición? o el ¿lugar de Encuentro y por lo tanto de la vida? Pues las dos, especialmente si vivimos en coordenadas cristiana, nuestros desiertos, nuestras sequedades, aquellas situaciones que nos ponen en peligro de muerte espiritual son a la vez la mejor puerta de acceso a la conversión y al encuentro con el Dios Salvador que finalmente sacó al Pueblo de Egipto.

Tal vez el desierto se al precio que el Pueblo de Israel tuvo que pagar por su liberación, es decir, que el desierto cribó el don recibido, y la vida cual travesía desértica se convierte por ello en la prueba, en la criba de nuestra salvación, y la misma liturgia, consciente de que nuestro entorno no nos ayuda demasiado a encontrarnos con Dios, viene en nuestra ayuda. En cuaresma nos hacemos conscientes de que estamos en el desierto, estamos en camino hacia la Pascua. Se imaginan lo peligroso que sería andar dando vueltas por el desierto sin ser conscientes de que estamos allí, lo peligroso de perderse entre las dunas… pues así es nuestra vida, si perdemos la consciencia de que nuestro destino no es caminar por el desierto, sino encontrarnos con el Resucitado.