Si ayer la liturgia nos invitaba al ayuno, hoy especialmente la primera lectura, también tomada del profeta Isaías, nos habla de la limosna, aunque no aparece en el texto la palabra propiamente dicha,  si aparece el concepto, veámoslo: El profeta pronuncia un oráculo, en el que llama al hombre a la vida verdadera, le da las claves para que «brille la luz en la tinieblas», la tercera de las recomendaciones es partir el pan con el hambriento. Ciertamente la limosna consiste, en sentido cristiano en compartir los bienes con aquellos que tienen menos que nosotros, no es simplemente dar parte de lo que nos sobra, sino compartir, recuerden sino aquel episodio de la viuda que dio en la ofrenda todo lo que tenía.

La limosna, hacer limosna, dar limosna, no es simplemente un lavado de cara, no es simplemente un cumplimiento, sino una actitud de vida, tal vez podríamos traducirlo por un «vivir por debajo de nuestras posibilidades». La primera vez que escuché a alguien decir esto me dejó impactado, porque ni yo mismo al plantearme el voto de pobreza hubiese podido ser más certero. Hoy se nos llama a vivir por encima de nuestras posibilidades, nos endeudamos para tener coches mejores, estudios mejores, vacaciones mejores… y nos esforzamos también porque se vea, las redes sociales son el altavoz de nuestros «éxitos», especialmente de los económicos… la limosna entendida en la coordenadas antes descritas nos reditúa ante los bienes materiales y ante el dinero, nuestra relación con el dinero es, probablemente, lo que más nos aleja de Dios, y lo hace sigilosamente, se nos cuelan por los rincones sin que nos demos cuenta ciertos valores mundanos que a nosotros como cristianos nos dificultan el peregrinaje a la Tierra Prometida, al Cielo.

En el Evangelio el llamado por Jesús a seguirle es Leví, un cobrador de impuestos, alguien cuyo eje de gravedad se encuentra en el dinero… pues sí, también él tiene la posibilidad (que por cierto aprovecha) de reconducir su vida. Nada es imposible cuando Dios nos llama a ello, y la cuaresma es una invitación a resituarnos ante el mundo, a reconsiderar nuestras prioridades, una oportunidad para ajustar nuestros valores y conseguir que se cumpla aquello que ocurrió en el Convento agustiniano de Salamanca, donde era prior Santo Tomás de Villanueva, y que consiguió que hasta el ecónomo fuera santo.