Ya hemos terminado de las primeras confesiones de este año. Son 23 días de celebraciones de la Penitencia, con cada grupo de catequesis. En cada grupo tienes que explicar el gesto de la imposición de manos en la cabeza antes de hacer la señal de la cruz mientras se dice la absolución. Explicarles cómo el Espíritu Santo desciende sobre ellos y se lleva sus pecados a Cristo para ser por Él perdonados. A veces los niños (y alguna vez me lo ha hecho algún mayor), al levantar la mano sobre su cabeza “chocan los cinco”, como si ya fuéramos coleguitas de toda la vida. Con tanta realidad virtual nos estamos olvidando de los signos, de los gestos que remiten a otra realidad.

“Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás”. En ocasiones pedimos signos a Dios, especialmente por cadenas de WhastApp…, sin enterarnos que Dios no usa teléfono. ¿Quieres signos? Te daré realidades: Ponte delante del sagrario y ten la certeza de que allí está Jesús sacramentado con su cuerpo, su alma, su divinidad. Recibe la absolución y ten la certeza de que tus pecados son perdonados. Haz un rato de adoración y confía en que Dios te está mirando, corazón con corazón, habitando en tu alma en gracia.

Los signos se entienden mejor cuando hay contemplación, la verdad de Dios se entiende mejor en nuestra vida cuando somos contemplativos. Ya sé que ahora hay mucho miedo a las concentraciones, por eso del coronavirus, pero ojalá se contagiase igual el espíritu contemplativo. Para eso hacen falta iglesias abiertas, que se exponga el Santísimo Sacramento, que se busque y se guste el silencio. Las parroquias deberían ser como pequeñas islas de contemplación para descubrir a Dios en medio de nuestras ocupaciones habituales y los signos que él nos hace cada día. Y, a pesar de nuestra pequeñez y nuestras cobardías como Jonás, seríamos canal de conversión para muchos. Se palpa en los santuarios marianos la acción del Espíritu Santo porque hay mucha gente rezando, acudiendo a la llamada de la Virgen.  ¿Por qué no hacer de nuestras parroquias pequeños santuarios en medio de cada barrio, de nuestras ciudades? Ya llevo unos cuantos años en esta parroquia, he bautizado miles de niños y dado su primera Comunión a unos cuantos cientos…, sin embargo, por la calle sigo viendo personas que no me conocen ni de vista, es decir que muchos llevan años sin pisar la parroquia. ¡Ojalá llegase la conversión para todos! No podemos darnos por contentos por ser muchos, hay que intentar llegar a todos y en todas las parroquias. Y para eso, desde luego, hay que estar y tener las parroquias abiertas y patearse la calle, los hospitales, las casas… ¿los signos? Dios ya nos ha dejado tantos que sólo tenemos que aprender a mirar.

María, madre nuestra, bendice nuestras parroquias y haznos signos de Dios para los demás.