Se habla mucho de la justicia y, por ende, de los jueces. En ese caso parece que la justicia es algo exterior, al libre arbitrio de unos señores que interpretan unas leyes y que, cuando no nos gusta el resultado, se convierte en injusticia. Una vez tuve que esperar una resolución judicial para una primera Comunión, ya que los padres, divorciados, no se ponían de acuerdo. El padre aceptó que se preguntase a la jueza y durante el tiempo de espera era el señor más agradable del mundo, venía a verme y hablábamos de muchas cosas. Pero la sentencia dijo que si la madre estaba llevando a la niña a catequesis, iba a religión católica en el colegio y el padre no se había interesado en esos años por ese tema, que la niña hiciese la Comunión como quería su madre. Y entonces tanto la jueza como yo nos convertimos en monstruos, pero la jueza no vivía en el barrio y yo sí, y cada vez que me lo encontraba por la calle me insultaba a gritos, como si yo tuviera la culpa de su divorcio, de la educación de su hija y del cambio climático.

“Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y. fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”. Jesús no viene a nombrarnos a nosotros jueces o legisladores, a ponernos unas leyes externas a nosotros y a ver si las aplicamos bien o mal o las cumplimos a rajatabla. Nuestra justicia es Jesucristo, pues en Él hemos sido justificados, sus heridas nos han curado. Por eso nuestra justicia no es la de los escribas y fariseos que interpretaban una ley externa a ellos, nuestra justicia es la que nace del hombre renacido en Cristo, en quien hemos sido conformados. Por eso va mucho más allá de la letra, o del cumplimiento estricto de unas normas. Incluso nuestra justicia puede llegar a la “injusticia”, a perder de los nuestro en favor de los demás, como Jesús se entregó a la muerte por nosotros. Por eso la justicia de Dios va “más allá” pues nos jugamos el mas allá. Nuestra justicia es la identificación con Cristo, que no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos.

La justicia de Dios es exigente porque nace del corazón enamorado y pide la totalidad de la vida. Por eso se es capaz de perdonar al que te hace daño en vez de responderle con las mismas armas. Para el cristiano no existe la palabra “imperdonable” pues nuestro modelo es el perdón de Dios, que entregó a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Si podemos decir que Dios es injusto es porque es injusto consigo mismo, nos quiere demasiado.

Pídele a María que nos de una clase de derecho divino, te sorprenderás de lo que somos capaces de perdonar.