Hoy estarán casi doscientos jóvenes de la parroquia caminito de Javier. No es una excursión, ni un día en el campo, es una peregrinación. El peregrino camina hacia un fin, un destino, y con un propósito. El propósito del peregrino no es la autorrealización personal, ni el lograr unas metas deportivas, el propósito es cambiar el corazón.  Cuando uno decide ponerse a caminar no puede llevar mucho peso encima, debe ir ligero, quitándose todo lo que estorba y nos impide avanzar. Poco a poco se va quedando uno con lo esencial, algo de agua y comida y, en ocasiones, buena compañía. Y cada paso le acerca a su meta, en este caso la cuna del misionero San Francisco Javier, para participar de su pasión por anunciar el Evangelio.

“Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos”. Amar es también una peregrinación, un camino en el que uno aprende cada día a amar más y mejor, según el modelo del corazón de Cristo. La meta, el amor infinito de Dios por cada uno de nosotros. ¿Qué nos estorba? Los odios, los recelos, los egoísmos, la maledicencia. Y según cambia el corazón, avanza en el misterio del amor de Dios por nosotros que llega hasta la cruz, al mal se devuelve bien.

Jesús no nos dice que no vayamos a tener enemigos, seguramente los tengamos por nuestra fidelidad al Evangelio y siempre habrá enemigos de la cruz de Cristo. Pero podemos llegar a amarlos hasta dar la vida por su conversión y su salvación. En esto el Señor no ha puesto un listón bajo, no se conforma con un “ir tirando” , nos pide la perfección como nuestro Padre celestial es perfecto. Como en todo Dios nunca nos va a pedir un imposible, Él nos ha tomado la delantera. Sólo es posible amar con ese amor cuando hemos conocido el amor que Dios nos tiene, nos damos cuenta que vive en nosotros y que damos gratis lo que antes hemos recibido gratis. Ciertamente no es nada fácil, y seguramente sea el mandamiento más exigente del Señor y también, cuando lleguemos a vivirlo, el más gozoso.

Tenemos que contemplar el corazón de Jesús, meternos en sus llagas, beber de esa fuente inagotable para darnos cuenta de que lo nuestro es amar porque antes hemos sido amados. María conoce la inmensidad de ese amor de Dios, lo palpó al pie de la cruz, pidámosle a ella que nos muestre cómo amar.