Segundo lunes de Cuaresma y Jesús nos vuelve a apretar un poco las tuercas en la radicalidad de su seguimiento. Y lo hace con la que, sin duda, puede ser considerada la prueba del algodón cristiana: el trato con los demás y, en especial, el perdón.

El mensaje está claro: la medida que usemos con los demás será la medida que se usará con nosotros. Y, obviamente, esto parece muy justo, si bien esperamos que Dios tenga misericordia de nosotros y, como dice la Escritura, no nos trate como merecen nuestros pecados. A esta misericordia nos tenemos que acoger cada día, alimentándola en nuestro corazón entrando en contacto con el Señor cada día por medio de la oración, los sacramentos… y aquellos hermanos más pequeños, débiles, enfermos, marginados… en los que el Señor se nos muestra cada día. ¿Cómo andamos en el trato con este tipo de personas? Pidamos al Señor el don de la misericordia para con los demás.

Y desde aquí, dada la inmensa gracia que supone tener el don de la fe, hemos de ser conscientes de la inmensa responsabilidad que tenemos. Don y tarea. Para centrar un poco el tiro, pongamos ante el Señor el regalo del perdón. ¿Somos la luz del perdón de Dios para los demás o no?

Ojalá que lo seamos, porque, sin duda, el mundo necesita saber que siempre hay esperanza, que el perdón es un don de Dios que no consiste en olvidar, porque no somos dueños del olvido, sino dueños de no querer vivir desde el rencor, desde el conflicto permanente. El mundo precisar ver unos brazos siempre abiertos para quien se decide a cambiar de vida, como Dios los tiene con nosotros. Ojalá el mundo comprenda que existe algo, mejor dicho, Alguien, que nos permite perdonar y no llevar cuentas del mal, que nos permite ver a toda persona como alguien único e irrepetible, como alguien merecedor de ser perdonado siempre.

Piensa, medita, reflexiona y pide la gracia al Señor de vivir de este inmenso regalo que es el perdón. Si lo vivimos, el mundo creerá; si nosotros renunciamos a ello… el mundo se perderá.