No hay liturgia de la palabra que comentar porque en el sábado santo no hay ninguna celebración prevista, salvo la liturgia de las horas: el cuerpo del Señor descansa en el sepulcro, sellado con una gran piedra y custodiado por soldados romanos armados con pilum.

Los apóstoles siguen en shock, dispersos, porque ninguno de ellos vive en Jerusalén y no tienen casa. Son malos días para permanecer demasiado tiempo con familiares o conocidos locales: conlleva un peligro porque oficialmente Jesús de Nazaret ya es un ajusticiado y, por ende, sus seguidores están proscritos. Demasiado tiempo con tus familiares puede acabar en una denuncia de tu cuñado. Poco a poco, los apóstoles han ido apareciendo en el único punto de reunión que se les ocurre para estar seguros, y a cuyo dueño conocen porque amaba al Maestro: el cenáculo.

Pedro es el último en llegar y al que más le ha costado tomar la decisión. Forzado por las circunstancias entra completamente obligado al fatídico “meeting point” donde dos noches antes había confesado públicamente que iba a ser fiel al Señor.

Uno de ellos trae la noticia de la suerte de Judas. No se miran apenas entre ellos: no se pueden mirar. Hoy, nada de salir, y mucho menos ir al templo: están confinados en el cenáculo, que al mismo tiempo se convierte en su cárcel y peor pesadilla por la memoria de la última cena, como le pasa a Pedro; pero es eso o arriesgarse a ser detenidos o incluso ejecutados.

Intentan recogerse porque necesitan al menos un poco de tranquilidad, pero cualquier ruido les altera, justo hoy, que no es un día ni mucho menos tranquilo en Jerusalén: miles de peregrinos llegados desde todos los territorios de Israel colapsan las calles de Jerusalén para la celebración de la fiesta más grande del año, la Pascua. Peor, imposible.

Las patrullas de romanos redoblan sus esfuerzos por intentar evitar altercados en medio de una población que les odia a muerte. Y justo ayer fue ejecutado el mayor alborotador del momento, al menos el que más les hacía estar hipertensos a escribas, fariseos y saduceos, que son a la postre los directores del gran concierto de la opinión pública. Brindan por la victoria que han alcanzado al quitarse al personaje más molesto.

Para encontrar la paz, tampoco parece que podamos encontrarla en el mismo sepulcro. Cerca de él se encuentra uno de los caminos de acceso a Jerusalén y, por lo tanto, también con jaleo de peregrinos y vigilancia imperial. Los romanos no crucificaban a los reos en cualquier lugar: fruto de una mente profundamente práctica, se cuidaban muy mucho de publicitar lo más posible la terrible condena romana de la crucifixión, diseñada quirúrgicamente para infligir el dolor más intenso durante el mayor tiempo posible. Colocar a los crucificados en lugares especialmente públicos y visibles era el mejor cartel publicitario para disuadir a los revolucionarios, ladrones y maleantes, garantizando así la “pax romana”. ¡Qué astutos!

Estas pinceladas, fruto de la imaginación, bien pueden acercarse a lo que sucedió realmente aquél inolvidable día de Pascua en Jerusalén. Con lo dicho hasta ahora, el sábado santo se ha convertido en un día excesivamente bullicioso, molesto para quienes desean recomponerse del palo del Viernes Santo.

Pero nos queda un sitio para recuperar la paz interior: permanecer con María, la Madre de Jesús. También ella tiene el mal cuerpo que se le quedaría a cualquier madre tras asistir a la injusta ejecución de un hijo, sumando a ello todas las circunstancias posibles. Pero su corazón no se ha hundido: está firme porque alberga la esperanza. Dios no da puntada sin hilo, aunque seguirlo hasta el calvario para ese sacrificio voluntario le haya roto el alma. También ella ha meditado, como su hijo amado, los cánticos del siervo y ahora, a toro pasado, lo ve con más claridad: el sacrificio de su Hijo libera a la humanidad, lleva a cabo la redención y es el germen de la nueva creación. Su hijo se ha convertido en el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

María no se hunde: está cansada, agotada física y anímicamente, pero su espíritu es fuerte porque confía en el Señor. Y lo que Él ha prometido, eso va a realizar… ¡en apenas unas horas!

Y a todo esto, ¿dónde está Jesús en este sábado? Para eso, tendrás que leer la lectura del oficio divino de hoy. ¡No tiene desperdicio!

Segunda Lectura del Oficio de Lecturas

De una antigua Homilía sobre el santo y grandioso Sábado

EL DESCENSO DEL SEÑOR A LA REGIÓN DE LOS MUERTOS

¿Qué es lo que hoy sucede?  Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad.  Un gran silencio, porque el Rey duerme.  La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo.  Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo.

Va a buscar a nuestro primer padre como si éste fuera la oveja perdida.  Quiere visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte.  Él, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de sus prisiones y de sus dolores a Adán y a Eva.

El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos.  Al verlo, nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos:  «Mi Señor esté con todos.»  Y Cristo, respondiendo, dice a Adán:  «Y con tu espíritu.» Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: “salid”, y a los que se encuentran en las tinieblas:  «iluminaos”, y a los que duermen: “levantaos.” A ti te mando:  Despierta, tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos,pues yo soy la vida de los muertos.  Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza.

Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona. Por ti, yo, tu Dios, me he hecho tu hijo; por ti, yo, tu Señor, he revestido tu condición servil; por ti, yo, que estoy sobre los cielos, he venido a la tierra y he bajado al abismo; por ti, me he hecho hombre, semejante a un inválido que tiene su cama entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto, he sido entregado a los judíos en el huerto, y en el huerto he sido crucificado.

Contempla los salivazos de mi cara, que he soportado para devolverte tu primer aliento de vida; contempla los golpes de mis mejillas, que he soportado para reformar, de acuerdo con mi imagen, tu imagen deformada; contempla los azotes en mis espaldas, que he aceptado para aliviarte el peso de los pecados, que habían sido cargados sobre tu espalda; contempla los clavos que me han sujetado fuertemente al madero, pues los he aceptado por ti, que maliciosamente extendiste una mano al árbol prohibido.

Dormí en la cruz, y la lanza atravesó mi costado, por ti, que en el paraíso dormiste, y de tu costado diste origen a Eva.  Mi costado ha curado el dolor del tuyo.  Mi sueño te saca del sueño del abismo.  Mi lanza eliminó aquella espada que te amenazaba en el paraíso.

Levántate, salgamos de aquí.  El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celeste. Te prohibí que comieras del árbol de la vida, que no era sino imagen del verdadero árbol; yo soy el verdadero árbol, yo, que soy la vida y que estoy unido a ti. Coloqué un querubín que fielmente te vigilara; ahora te concedo que el querubín, reconociendo tu dignidad, te sirva.

El trono de los querubines está a punto, los portadores atentos y preparados, el tálamo construido, los alimentos prestos; se han embellecido los eternos tabernáculos y moradas, han sido abiertos los tesoros de todos los bienes, y el reino de los cielos está preparado desde toda la eternidad».

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