VIERNES 17 DE ABRIL DE 2020

¡ES EL SEÑOR! (Juan 21, 1-14)

Juan, el apóstol al que Jesús tanto quería, al verle desde la barca en la orilla del lago de Tiberiades, le dice entusiasmado a Pedro: ¡Es el Señor!

Jesucristo es Señor de vivos y muertos. A Él está sometido todo, los cielos y la tierra e incluso los poderes enemigos de Dios. Nada ni nadie puede detener el señorío de Jesucristo, aunque este no brille del todo en el mundo a causa del mal y de la muerte. Desde la Resurrección de Jesús el mal está herido de muerte, tiene su guerra perdida, aunque todavía gane alguna batalla.

Como Señor del universo y de la historia, Cabeza de su Iglesia, Cristo glorificado permanece misteriosamente en la tierra, donde su Reino está ya presente, como germen y comienzo, en la Iglesia. A través de su Espíritu, el Resucitado impulsa el corazón de los hombres para que implanten en el mundo el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz.

¿Cuántos desde aquella hora en la que el Resucitado se muestra a los apóstoles, han podido también decir como Pedro ¡Es el Señor! Y cuantos han experimentado que de verdad él los ha hecho libres de cualquier otro poderío?

Pensemos en Santa Baquita, esclava y liberada por el Señor:

Nació aproximadamente en 1869 en Darfur, Sudán. Explica Benedicto XVI en su encíclica Spe Salve su historia:

“Cuando tenía nueve años fue secuestrada por traficantes de esclavos, golpeada y vendida cinco veces en los mercados de Sudán. Terminó como esclava al servicio de la madre y la mujer de un general, donde cada día era azotada hasta sangrar; como consecuencia de ello le quedaron 144 cicatrices para el resto de su vida.

En 1882 fue comprada por un mercader para el cónsul italiano que volvió a Italia. “Después de los terribles dueños de los que había sido propiedad, Bakhita llegó a conocer un dueño totalmente diferente -que llamó paron en el dialecto veneciano que ahora había aprendido-, al Dios vivo, el Dios de Jesucristo.

Hasta aquel momento sólo había conocido dueños que la despreciaban y maltrataban o, en el mejor de los casos, la consideraban una esclava útil. Ahora, por el contrario, oía decir que había un Paron por encima de todos los dueños, el Señor de todos los señores, y que este Señor es bueno, la bondad en persona.

En este momento tuvo esperanza; no sólo la pequeña esperanza de encontrar dueños menos crueles, sino la gran esperanza: yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa.

A través del conocimiento de esta esperanza ella fue redimida, ya no se sentía esclava, sino hija libre de Dios. Entendió lo que Pablo quería decir cuando recordó a los Efesios que antes estaban en el mundo sin esperanza y sin Dios; sin esperanza porque estaban sin Dios”.