«¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre». Pedro y los apóstoles replicaron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres …».

Podemos imaginarnos a esos apóstoles, hasta entonces acobardados y escondidos, frente a los sacerdotes de Israel, y ahora hablando con la sabiduría que provenía de Dios.

El miedo puede ser nuestro principal enemigo. Los cristianos, en cambio, debemos tener claro que nada ni nadie puede atemorizarnos … pues, “El que viene de lo alto está por encima de todos”.

No podemos anunciar el Evangelio exclusivamente con técnicas, proyectos y conductas estudiadas. Aunque nos agobie el poder del mundo, Dios se manifiesta a los sencillos y humildes … Dios se sirve de quien quiere y quien le quiere. Todos los obstáculos se allanan para aquel que confía en Dios y no en sus propios recursos.

María, nuestra Madre, lo sabía bien y así lo hizo con los apóstoles, reuniéndolos en oración el día de Pentecostés. Que ella sea nuestro aliento y nos conceda el Espíritu Santo.