“Dios resucitó a este Jesús, y todos nosotros somos testigos”. Lo que le hace a alguien ser “grande” es estar enamorado de Jesucristo. Ese es el testigo que debemos recoger de los Apóstoles: enamorarnos de Jesús. Si somos capaces de descubrir la ternura de Dios en nuestra vida, ninguna otra cosa nos hará más felices: “me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua”. Él nunca nos dejará solos… y nosotros nunca lo abandonaremos.

Por eso, no podemos perder la memoria de la historia … la de aquí y ahora (aunque sea en estas circunstancias tan dolorosas) … “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?”. Así relataban los discípulos de Emaús su encuentro con Jesús Resucitado, y así hicieron memoria de Aquel que les manifestó su gloria. No sólo son cosas que no se olvidan, sino que han de permanecer en el alma …y que otros participen de nuestra alegría.

Decía hace años el cardenal Ratzinger: “El limite del mal queda vencido con la misericordia de Dios”. Esa fue la experiencia de la Virgen María. Nos aferramos a su mano, yendo juntos a construir la historia de los hijos de Dios…