LA OBRA QUE DIOS QUIERE

La lectura del evangelio de hoy nos muestra a la gente que busca a Jesús. Dan un paso importante, que sin embargo no llega a ser completo. Han pasado de una orilla a la otra del lago. Jesús les pide también que sena abrirse por los signos (venían de la multiplicación de los panes y los peces) a la fe. También es como pasar de una orilla a la otra. Del Jesús que han visto y que les ha saciado a Jesús, que les quiere dar el alimento de la vida eterna.

Alguno podría pensar entonces que no nos interesa nada de lo humano. No es así. Sabemos que Jesús multiplicó los panes porque sintió lástima de una multitud cansada y hambrienta. Sin embargo en aquel milagro no quería sólo satisfacer una necesidad natural, sino conducir a aquellos hombres a tener hambre de la vida eterna. En la Pascua del 407 san Agustín comentó a sus fieles la Primera Carta de San Juan. En un momento dado, hablando del amor a los enemigos, hace una pregunta: “¿para qué amas a alguien?” . Dice entonces, más o menos, que cuándo damos cualquier cosa podemos equivocarnos: uno puede ayudar a que su amigo se case y que luego salga mal el matrimonio, puede ayudarle a ganar dinero y que por ello después se vuelva vicioso, o cualquier otra cosa. Entonces el amor no puede quedarse en eso porque todo lo material es de esperanza incierta. Y dice Agustín: “Deséale que comparta contigo la vida eterna: anhela que sea hermano tuyo. Porque si amando al enemigo quieres que sea hermano tuyo, entonces es que lo amas, que amas a un hermano”.

Jesús nos dice: «La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado”.

Jesús ha venido al mundo para hacernos hermanos suyos, para darnos la vida eterna.

Pienso en que durante estos días en que tenemos se hace más apremiante la necesidad de ayudar o ser ayudados podemos, gracias a Cristo (y aunque no siempre podamos ser sostenidos por el alimento eucarístico), crecer en ese amor que nos une para siempre.