Hoy seguimos leyendo en el evangelio de la Misa el “Discurso del Pan de Vida”, la enseñanza que dio Jesús después de la multiplicación de los panes y los peces. La gente le dice a Jesús: “¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti?”.

Uno podría pensar, qué tontería, si vienen de ver un milagro espectacular: con cinco panes y dos peces han comido miles de personas. Pero, pienso, que algo de razón tenían. Bueno, la tenían en cuanto eran incapaces de comprender, porque en absoluto no tenían ninguna. Les cegaba su falta de fe.

Porque imaginemos que nos lo dieran todo, que no nos faltara nada. Ese mundo en el que ya no existe la muerte y que imaginó Gustave Thibon en una obra de teatro titulada Seréis como dioses. En ese mundo irreal ya no existía la enfermedad ni la muerte, pero tiene razón su protagonista al decir: “tenemos lo ilimitado, pero nos han privado de lo infinito”. Lo material siempre es signo, pero puede perder su significado si sólo nos sacia materialmente. Un anillo del que la persona que lo recibe, por ejemplo, sólo viera su valor económico porque es de oro, perdería el significado del amor por el que le fue dado y que sería lo que, verdaderamente, debería alegrar su corazón.

Aquella gente comió, pero no vieron el signo. Les faltaba la fe. No descubrieron el amor infinito en el que aquel pan, que había sido amasado por manos de hombre, al multiplicarse había sido cocido con el fuego del Espíritu Santo en el horno del Corazón de Cristo (fornax ardens caritatis).

Entonces se produce una situación parecida al encuentro de Jesús con la samaritana. El Señor les habla del “pan de Dios que baja del cielo y da la vida al mundo”, y ellos parece, por como será el desenlace, que lo interpretan como un alimento que les va a ser concedido ilimitadamente, pero siempre en el orden del bienestar material: “Señor, danos siempre de este pan”.

Estos días, viendo a tantas personas que ha diario hacen cola para poder recibir alguna ayuda de Caritas o de otras instituciones para poder comer, medito sobre dónde busco cada día el pan que me sostiene. Jesús dice: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed”.

En algún momento Benedicto XVI escribió algo así como que podría existir un momento en la historia en que no hubiera necesidades materiales, un mundo como el descrito por Thibon, pero que aún así, los hombre seguiríamos siendo mendigos, porque nuestra vida languidece si le falta el amor de Dios.

Jesús es alimento. Quien lo recibe descubre unas fuerzas inesperadas: las de poder amar, en cualquier situación, a cualquier persona.