Comentario Pastoral

TRES DEFINICIONES DE CRISTO

El diccionario dice que definir es «fijar con claridad, exactitud y precisión la significación de una palabra o la naturaleza de una cosa». Hoy, en el evangelio de este cuarto domingo de Pascua, encontramos tres definiciones que hace Cristo de sí mismo: es puerta, pastor y aprisco.

La experiencia cotidiana de cada persona está cargada de entradas y salidas de muchos edificios. Tenemos un manojo de llaves para abrir las puertas de nuestros usos y dominios. Pero la puerta no es sólo un vano en la pared o un armazón que protege.

En la Biblia se habla muchas veces de la puerta de la ciudad, que, fortificada, garantiza la seguridad de los ciudadanos. Franquear las puertas del templo significa acercarse a Dios; salvarse es penetrar por la puerta del cielo, que se abre a quien llama desde la fe. Jesús es la puerta de acceso al Padre, la puerta que introduce en los pastos donde se ofrecen libremente los bienes divinos. Los discípulos de Jesús deben ser siempre «puerta» abierta para los demás, y no pared de rebote o muro de choque. Y para que el cristiano aparezca ante el mundo como una «puerta» de entrada, como oferta de salvación, cada creyente tiene la responsabilidad de vaciarse de sí mismo para no ser un obstáculo.

Jesús es el único y buen pastor de la comunidad cristiana. Superando una idea bucólica o despectiva, hay que entender al pastor como el hombre de coraje, de audacia y de prudencia, que camina delante y conoce las ovejas. En lenguaje actualizado, el pastor es el líder y el guía. Desde las catacumbas, los cristianos siempre han reconocido a Jesús como el buen Pastor que da la vida por sus ovejas y muere como «cordero de Dios» para hacerse alimento de su rebaño. Por eso su ejemplo es camino para sus seguidores. Jesús es también el aprisco del rebaño. En él se encuentra la defensa, el abrigo y el descanso. Él es el Reino de Dios, al que no se entra con astucia, como los ladrones, ni con violencia, como los salteadores, sino en la fidelidad, en el servicio total, en la paz que es plenitud de bien.

En este domingo la Iglesia celebra la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones: al sacerdocio y ministerios, a la vida misionera, a la profesión de los consejos evangélicos en la vida religiosa o en institutos seculares. Es tarea permanente, pero más que nunca de este día, orar por las vocaciones consagradas: las que hay y las que tendría que haber. Para que sean puerta que abren el acceso a Dios y buenos pastores, como Jesús, para su pueblo.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Hechos de los apóstoles 2, l4a. 36-41 Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5.
san Pedro 2, 20-25 san Juan l0, 1-10

 

de la Palabra a la Vida

A pesar de no ser un lenguaje «actual» ni tampoco un ejemplo habitual de nuestra vida cotidiana, todos los que escuchamos a Jesús hablar acerca de que Él es un buen pastor y que nosotros somos sus ovejas, no nos sentimos heridos, sino al contrario, acogidos, cuidados, en paz con ese ejemplo. Solamente desde la fe es fácil aceptar estos ejemplos del capítulo 10 de san Juan, se asumen como parte de una tradición propia.

Que Jesús se denomine a sí mismo «buen pastor» va precedido por el evangelio que se proclama hoy en el que explica, ampliamente, que Él es la puerta de las ovejas. Bien, tampoco es un ejemplo al que nos encontremos acostumbrados. Sin embargo, también podemos entenderlo: Quien entra por Jesús encontrará la salvación, porque otros han venido buscando su propia gloria, pero Cristo ha venido para hacer la voluntad del Padre. Por eso, Cristo es la puerta por el que tiene que entrar quien quiera recibir su salvación. También hoy quien busca su propia gloria no encuentra la puerta de Cristo, no entra, por mucho que quiera asomarse y aparentemente lo consiga.

Así, san Pedro advierte en el día de Pentecostés sobre la importancia de esta única puerta verdadera, que pide la conversión y el bautismo. Ahora sí: la fe en Jesús tiene un signo que nos lo acerca, que nos lo hace accesible, que es el bautismo. Este, que es la puerta de los sacramentos, concede el don de la vida eterna de Cristo. El tiempo pascual es el tiempo bautismal por excelencia: las aguas consagradas en la noche de Pascua, que permanecieron cerradas durante la Cuaresma, permanecen abiertas durante la Cincuentena para que los hijos de Dios entren por ellas al redil del buen pastor. Es por esto que nosotros no podemos dejar de hacer memoria del bautismo en este tiempo: si la imagen del buen pastor ha sido tomada desde muy antiguo como una de las que se emplean para hablar de la vida eterna, una vida de descanso, de auténtica armonía, en Cristo somos bautizados para entrar en la vida eterna.

Bien, pero, ¿y hasta que podamos verdaderamente «descansar»? ¿qué supone ese bautismo en nuestro día a día? En la segunda lectura, san Pedro nos advertía de forma clara, pues el padecimiento, como oveja, como «cordero llevado al matadero» del buen pastor, ha curado nuestras heridas. Nos toca morir a nuestros pecados y vivir en la justicia, pues así es como Cristo ha obrado muriendo por nuestros pecados. He aquí la vida nueva puesta en obra: si en la celebración de la Iglesia recibimos la vida nueva, la gracia, es a continuación, en la vida cotidiana, donde esta gracia invisible se hace visible por nuestra renuncia al pecado. El Señor ha abierto para nosotros las puertas a una vida como la suya, y lo ha hecho abriendo las puertas de la gracia: la bondad y la misericordia del Señor nos llaman a una exigencia de vida nueva, no como antes.

Así podemos ver cómo la conversión cuaresmal prepara para una conversión que dura toda la vida, que es la propia del bautizado que, por la acción interna de la gracia, va transformando toda su existencia, sus criterios, sus decisiones, se va viendo llamado por el Señor a pasar por Él, que es la puerta, y a confiar en su camino. Porque sí, el camino del que sigue a Cristo, buen pastor, es un camino que requiere un abajamiento constante. ¿Acepto la propuesta de seguimiento del Señor?

Al igual que el domingo pasado, con los de Emaús, Cristo se muestra en la Pascua como el que no deja de acompañar al hombre, como el que sabe por dónde debe llevarlo y hacerlo avanzar. Quizás es buen momento para que su acompañamiento asuma un protagonismo en mi vida que va más allá de edades y proyectos.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de la espiritualidad litúrgica

Esta lógica conmemorativa ha guiado la estructuración de todo el año litúrgico. Como recuerda el Concilio Vaticano II, la Iglesia ha querido distribuir en el curso del año «todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y el Nacimiento hasta la Ascensión, el día de Pentecostés y la expectativa de la feliz esperanza y venida del Señor. Al conmemorar así los misterios de la redención, abre la riqueza de las virtudes y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación».

Celebración solemnísima, después de Pascua y de Pentecostés, es sin duda la Navidad del Señor, en la cual los cristianos meditan el misterio de la Encarnación y contemplan al Verbo de Dios que se digna asumir nuestra humanidad para hacemos partícipes de su divinidad.


(Dies Domini 77, Juan Pablo II)

 

Para la Semana

Lunes 4:
San José Maria Rubio, presbítero. Memoria.

Hch 11,1-18. También a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida.

Sal 41. Mi alma tiene sed de ti, Dios vivo.

Jn 10,1-10. El buen pastor da la vida por las ovejas.
Martes 5:

Hch 11,19-26. Se pusieron a hablar también a
los griegos, anunciándoles al Señor Jesús.

Sal 86. Alabad al Señor, todas las naciones.

Jn 10, 22-30. Yo y el Padre somos uno.
Miércoles 6:

Hch 12, 24-13, 5a. Apartadme a Bernabé y Saulo.

Sal 66. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

Jn 12, 44-50. Yo he venido al mundo como luz.
Jueves 7:

Hch 13,13-25. Dios sacó de la descendencia de David un salvador: Jesús.

Sal 88. Cantaré eternamente tus misericordias,
Señor.

Jn 13,16-20. El que recibe a mi enviado me recibe a mí.
Viernes 8:

Hch 13,26-33. Dios ha cumplido la promesa resucitando a Jesús.

Sal 2. Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy.

Jn 14,1-6. Yo soy el camino, y la verdad, y la vida
Sábado 9:

Hch 13,44-52. Sabed que nos dedicamos a los gentiles.

Sal 97. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

n 14,7-14. Quien me ha visto a mí ha visto al Padre.