Hoy celebramos la fiesta de Santa Catalina de Siena (1347-1380), patrona de Europa. Aunque es conocida de nombre es muy probable que sepamos poco de su vida. De su biografía señalamos tres cosas:

La primera es que ha sido proclamada Doctora de la Iglesia y sus enseñanzas, de alto contenido místico, se encuentran sobre todo en un libro conocido como El Diálogo. Quizás por eso hoy escuchamos ese evangelio en el que Jesús dice: “te doy gracias, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”. Porque Catalina, que recibió poca formación intelectual pero nos ha dejado una obra que es un auténtico tesoro. Numerosas gracias místicas, incluidos los estigmas, le acompañaron durante su vida y fueron formando su interioridad. Dichas experiencias se transforman en enseñanzas para toda la Iglesia en El Diálogo.

La segunda es que no dejó de trabajar por la paz, tanto civil (buscando la reconciliación entre la ciudad de Florencia y el Papado), como eclesiástica, defendiendo los derechos del Papa Urbano VI durante el Cisma de Occidente. Es suya la expresión, referida al Romano Pontífice: “dulce Cristo en la tierra”.

La tercera, que quiero recordar expresamente por la pandemia que nos afecta, es que ella misma se dio sin medida e impulsó a otros a hacerlo, durante una peste que asoló la ciudad de Siena en 1374 y que, según algunos, diezmó a una tercera parte de su población. Como ella misma decía, hablando de la devoción y de la caridad: “las flores son para Dios y los frutos para los hombres”. Es decir, el amor a Dios se expresa en las obras de misericordia para con los que nos rodean.

Respecto del evangelio de la misa de hoy me gustaría añadir otra cosa. Jesús añadió: “Sí, Padre, así te ha parecido bien”.

En esas palabras de nuestro Salvador, podemos la manera de dirigirnos a nuestro Padre Dios con la sencillez de un Hijo. Palabras que no nos introducen en la oscuridad de la incomprensión, sino que nos abren al bien infinito de su amor. “Porque sólo el Hijo conoce al Padre” y así nosotros conocemos al Padre en cuanto vivimos como hijos en el Hijo, sin dudar, como le sucedió a santa Catalina, ni de su providencia ni de su misericordia. Y desde el Padre conocemos al Hijos y en él nos conocemos a nosotros en el amor del Padre. Cierto que es un don de la gracia, pero hemos de pedir el don de la humildad para que nos sea concedido.

La lectura y meditación de todo el pasaje (Mt 11,25-30), nos puede ayudar a adentrarnos (siempre por la puerta estrecha), en el misterio de la infancia espiritual.

Que Santa Catalina interceda por nosotros.