Al final del “Discurso del pan de vida”, encontramos dos respuestas. Por una parte aparecen los que le dicen al Señor: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?”.

Fijémonos en que no lo dicen porque Jesús les haya puesto una alta exigencia moral, sino porque les ha dicho que “hay que comer su carne y su sangre”. Es probable que, aún hoy, también muchos que pueden sentirse atraídos por las enseñanzas de Jesús, y vean la belleza de lo que dice, sin embargo no perciban la necesidad de la Eucaristía.

Pero, ¿podríamos amar como Jesús nos ha amado sin la fuerza que recibimos de Él? ¿No está acaso en el misterio de la comunión, don gratuito y absolutamente inesperado, lo que nos permite caminar por las sendas del Evangelio, aunque estas nos parezcan difíciles?

Jesús dice: “las palabras que os he dicho son espíritu y son vida”. Accedemos al misterio Eucarístico por la fe. Fiados de la palabra de Cristo nos acercamos al cuerpo de Cristo.

La otra respuesta es la de Pedro. Cuando Jesús se vuelve a los más cercanos y les pregunta si también quieren irse, Pedro responde: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna?”.

Recuerda un podo el episodio de Emaús que hemos leído hace pocos días. Primero se enardecieron hablando con Cristo, después lo reconocieron en la fracción del pan. Quizás también es nuestra experiencia. Atraídos por la doctrina de Cristo, y sin olvidar que Él nos va moviendo con su gracia, hemos reconocido que estaba también en la Eucaristía. ¡Qué bello el momento de la comunión! ¡Qué bello experimentar que no hay lenguaje como el de Cristo! ¡Que sólo junto a Él percibimos en medio de todo el signo de la eternidad!

Quiero recordar finalmente que, durante este mes de mayo, el Papa Francisco ha pedido que tras el rezo del rosario, añadamos dos oraciones, especialmente pidiendo por el final de la Pandemia. Fácilmente se encuentran en Internet.