Miércoles 6-5-2020, IV de Pascua (Jn 12,44-50)

“Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas”. Las tinieblas nos dan miedo. Los seres humanos conocemos principalmente por la vista, que es el sentido con el que primero entramos en contacto con la realidad. Gracias a los ojos nos hacemos una idea del mundo, de las dimensiones de las cosas, de la cercanía o lejanía de los objetos… Por eso, es normal que en la oscuridad todos los peligros nos parezcan más grandes, más cercanos, más amenazantes. Cuando nos envuelven las tinieblas nos sentimos indefensos, pues no tenemos seguridad y confianza ante el mundo que nos rodea. En la noche no controlamos la situación. Quien ha caminado a oscuras por un bosque en una noche cerrada, ha experimentado de verdad lo que es la fragilidad de su existencia, constantemente amenazada. Por eso Jesús habla de quedar en tinieblas. Hay muchos que viven sin seguridad en la vida, sin confianza en la bondad de la existencia, como indefensos ante los grandes peligros. Muchos viven sin la luz que les permita caminar con confianza por la vida. Jesús es esa Luz.

“El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado”. Quizás nos han podido sorprender estas palabras de Cristo. ¿Las palabras del Señor no son palabras de vida eterna? ¿Su voz no indica el camino, la verdad y la vida? ¿Cómo puede entonces condenarnos su palabra? Pero profundicemos un poco más. Es lo mismo que nos dice san Juan en otra parte del Evangelio: “Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas”. Precisamente como su palabra es luz, la luz deja al descubierto las tinieblas. El Señor ha venido a disipar toda oscuridad con su luz –él es “la luz del mundo”– y nosotros sin embargo preferimos tantas veces permanecer en nuestras noches. En efecto, siempre podemos tapar los rayos del sol. Pero eso nos hace todavía más culpables. Este es el juicio: Cristo ha venido al mundo como luz, pero nosotros preferimos la oscuridad.

“Lo que yo hablo lo hablo como me ha encargado el Padre”. ¿Por qué la palabra de Cristo es la luz que puede disipar hasta la más profunda oscuridad? Porque Él nos ha venido a traer la palabra de Dios. De hecho, Él es la Palabra de Dios hecha carne. En Él, Dios nos lo ha dicho todo. Si buscamos la voz de Dios en otra parte que no sea en Cristo, nos equivocaremos irremediablemente… En Jesús, Dios ha pronunciado su palabra definitiva, y ya no lo queda nada más por decir. Meditemos hoy estas palabras de san Juan de la Cruz: “Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra (…); porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en Él, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad.”