Jueves 7-5-2020, IV de Pascua (Jn 13,16-20)

“Cuando Jesús acabó de lavar los pies a sus discípulos, les dijo”. Hemos entrado con Jesús y sus apóstoles en el Cenáculo. Con ellos nos hemos recostado en torno a una mesa grande y alargada. Con el rostro atónito, como el resto de discípulos, hemos visto a nuestro Maestro y Señor agacharse como un esclavo y lavarnos los pies, uno tras otro. Después Jesús vuelve a su sitio, y comienza a hablar. Es su último testamento, su discurso de despedida pronunciado entre sus amigos más íntimos. En este ambiente de intimidad, Cristo abre su corazón en una serie de bellísimos discursos que sólo ha conservado el discípulo amado que recostó su cabeza sobre el pecho del Maestro. A partir de hoy y hasta el final de la Pascua, vamos a ir recorriendo día a día las palabras de Jesús en la Última Cena. No olvidemos que son palabras de confidencia, de amistad, como la despedida de dos amantes que se alarga hasta parecer eterna.

“El criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica”. Jesús ha empezado su último discurso –quizás el más importante– no precisamente con unas palabras de introducción, sino con una acción. Él siempre lo hace así: primero obra, luego habla. Sus palabras de despedida comienzan con el lavatorio de los pies; es, por así decirlo, su prólogo. De algún modo, todo lo que va a decir a continuación no es sino una explicación con palabras de lo que acaba de hacer. “Los amó hasta el extremo”, dice el evangelista. Y con un amor concreto, humilde, total. Desde el momento en que Dios mismo se ha abajado, quitándose el manto y ciñéndose una toalla cual esclavo, y nos ha lavado los pies, el amor tiene un nuevo rostro. Ya no valen palabras huecas, grandes oratorias, promesas futuras, gestos vacíos, sentimientos vanos… El amor, desde este momento, es servir agachándose y entregándose a los demás. El amor tiene ya una nueva medida, y “dichosos vosotros si lo ponéis en práctica”.

“El que recibe a mi enviado me recibe a mí; el que a mí me recibe, recibe al que me ha enviado”. El amor ha recibido un nuevo rostro, y es el rostro de Jesús. Precisamente, Jesús con su vida y sus obras ha manifestado al mundo el Amor del Padre. Él es el Amor del Padre hecho carne, hecho concreto, hecho vida. ¿Cómo ama Dios? Nosotros podemos responder sin dudarlo: como Jesús. ¿Cómo podemos conocer el Amor de Dios? Conociendo el Amor de Jesús. Pero esta cadena no se detiene aquí. El amor es una fuerza que está llamada a revolucionar el mundo entero. Por eso, los enviados de Cristo estamos llamados a reflejar en nuestras vidas el amor de Cristo, que a su vez es reflejo del amor del Padre. Sólo así todos los hombres podrán conocer la fuerza de ese amor. Sólo así en todo tiempo, todo lugar, toda circunstancia, podrá brillar con fuerza el amor de Dios. Dios cuenta con nosotros. Somos sus instrumentos para llevar su amor a todos los rincones del mundo.