Sábado 9-5-2020, IV de Pascua (Jn 14,7-14)

“Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Sobrecoge esta petición de Felipe. En general, los discípulos son bastante parcos en palabras, salvo las honrosas excepciones de Pedro o Juan… Los evangelios nos transmiten muy pocas intervenciones de los apóstoles. La personalidad de muchos de ellos aparece más bien como en penumbra, oculta tras el arrollador temple de Jesús. Por eso cuesta tanto rastrear en las páginas evangélicas detalles de su vida y su carácter. A menudo se parecen más al “coro” de las representaciones teatrales que a personajes protagonistas. Sin embargo, cada uno de los Doce era un hombre con sus inquietudes, deseos, sueños… flaquezas y miserias. Hoy Felipe nos sorprende con una petición sobrecogedora. En una sola frase, ha resumido el conjunto de las inquietudes del corazón humano. Ha captado la esencia del mensaje de Jesús. Nos basta con ver al Padre. Todo lo demás es secundario, superfluo, vacío, ruidos que nos distraen… Con ver a Dios nos basta. Él es lo único necesario.

“Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”. Las palabras de reproche de Jesús a su apóstol no se dirigen contra su petición –“muéstranos al Padre”–, sino que le hacen ver a Felipe que esa petición ya ha sido respondida: “quien me ha visto a mí ha visto al Padre”. Jesús y el Padre son uno. Por eso, ver a Jesús es ver al Padre. Dios ya está en medio de nosotros, Él es el Dios-con-nosotros. No tenemos que buscar ya más en otros sitios: con Jesús nos basta. Pero, ¿es esto así? ¿De verdad no queremos otra cosa que a Jesús? Es una buena pregunta que le podemos hacer hoy al Maestro en nuestra oración. ¿Qué necesito yo? ¿Qué me basta en mi vida? ¿De qué tengo necesidad? Si somos sinceros, podemos escribir una lista interminable de necesidades que nos hemos ido creando a lo largo de la vida… Una lista que no acaba nunca, porque nuestro corazón nunca puede dejar de desear y querer más. Ya lo dijo una vez san Agustín: “nos hiciste, Señor, para ti; y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Después de hacer esa lista, dejémosla a un lado, dirijamos nuestra mirada a Cristo y digamos con el salmo 61: “Sólo en Dios descansa mi alma”.

“El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores”. La promesa es audaz, sobre todo si pensamos las obras grandes que hizo Cristo en su vida: sus espectaculares milagros, su predicación admirable, su entrega total en la Cruz, su resurrección gloriosa… Pero las promesas de Dios siempre se cumplen; y tú y yo haremos obras mayores si tenemos fe. Habrá milagros hoy si tenemos fe. Pero para ello tenemos que dejar de lado todas esas falsas seguridades, tantas confianzas vanas, tantas necesidades aparentes que nos impiden abandonar nuestra vida totalmente en Dios. Digámoselo hoy al Señor: Tú sólo nos bastas. Pidámosle que Él sea el único alimento de nuestra vida. Confiemos en Él. “Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré”.