Después de un gran despliegue digital en estos días ya hemos apagado la webcam, el canal de You Tube se queda para algunos avisos, la homilía del domingo que en la Misa será brevísima para que de tiempo a celebrar una Misa cada hora y organizar entradas y salidas y para un odontólogo que quiere poner en común su conocimiento sobre la placa bacteriana. Es cierto que los medios digitales nos han favorecido la comunicación aunque también es cierto que en ocasiones nos hemos fijado más en el número de personas conectadas que en el contenido, llegando a hacer algunos auténticas competiciones. En la Iglesia no deben importarnos tanto los números, sino la acción del Espíritu Santo, que es el de verdad trabaja.

“Cuando estaba Pablo en Corinto, una noche le dijo el Señor en una visión:

«No temas, sigue hablando y no te calles, pues yo estoy contigo, y nadie te pondrá la mano encima para hacerte daño, porque tengo un pueblo numeroso en esta ciudad».” En la Iglesia tenemos mucho que hablar, con palabras y con hechos, pero no mucho sobre lo que hablar, sólo deberíamos hablar de Jesucristo, muerto y resucitado. En estos tiempos siempre podemos hablar entre nosotros de política, que despeja mucho tener a quien criticar y con razón, pero en la Iglesia tenemos que hablar de Dios.

«En verdad, en verdad os digo, vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría.

La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre.

También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada»

Hoy hablamos de tragedias, muertes, abandonos, crisis, tristezas, pobrezas y es verdad, así es la situación de muchas familias. Pero también hablamos de esperanza, de alegría, de Gracia, de la acción de Dios. Sabemos que el pecado y ña muerte no tienen la última palabra. Cuando oigamos la última Palabra, que es la de Cristo, no preguntaremos nada pues todo quedará iluminado por su presencia. Cada dolor, cada pena, cada lágrima se convertirá en alegría ante la bondad de Dios con nosotros, sus hijos. Yo no digo que este sea el plan de Dios, que nos hace sufrir aquí para ser felices allí, sino que Dios cuenta con la debilidad y el dolor frutos del pecado y su gracia es mucho más fuerte que todas nuestras penas que se convertirán en un borroso recuerdo ante la alegría de su presencia. No tenemos que esperar a que llegue la hermana muerte, lo podemos ir descubriendo desde ya.

Pongamos en manos de nuestra madre del cielo tantas amarguras y tristezas para que ella nos las haga ver alumbradas por la luz del Espíritu Santo.