Hoy, lunes posterior a la solemnidad de pentecostés, contemplamos a María, de pie junto a la cruz de su hijo, Jesús. Celebramos el misterio de su maternidad que se ensancha y se dilata de manera inaudita hasta convertirla en Madre de la Iglesia.

El proceso por el cual la maternidad de María ha crecido está en relación con el proceso por el cual el ministerio de Cristo también se ha elevado. Efectivamente, Jesús se ha manifestado histórica y progresivamente como el siervo, el sacerdote y la víctima.

Jesús, el siervo, es el hijo de María, la esclava del Señor. Jesús, el sacerdote, es el hijo de María la viuda pobre que da todo lo que tiene para vivir. Jesús, la víctima que se ofrece por nuestros pecados en la Cruz, es el hijo de María la Madre de la Iglesia.

En su pasión tal y como dice la carta a los hebreos, Jesús “aprendió sufriendo a obedecer y llevado a la consumación se ha convertido en autor de salvación eterna para los creyentes”.

“Es una idea muy hermosa que se puede expresar gráficamente: yo voy a leer la vida de Cristo y veo en él una obediencia estupenda al Padre. Veo la misericordia: como se compadecía de las multitudes que estaban como ovejas sin pastor, como llora ante la tumba de Lázaro, llora porque tiene esa compasión. Y digo: si Jesús era así de obediente, si Jesús era así de compasivo, en el cielo es más todavía, porque por la pasión aprendía la obediencia y la misericordia. Y ahora es más compasivo, y ahora es más fiel, más obediente, más unido al Padre… Pues bien, hay una gran analogía entre el sacerdocio y la maternidad… Como Jesús en su sacerdocio fue hecho perfecto como sacerdote, María es hecha perfecta en su corazón materno y es proclamada madre en la cruz. Es una correspondencia a lo que dice «es proclamado sacerdote», María es proclamada Madre y es proclamada Reina. Reina y Madre como resultado de la pasión, por estar asociada a la pasión de Cristo. Esto es lo que nosotros escuchamos en la palabra de Jesús en la cruz. ¡Es proclamada Madre, porque es perfeccionada como Madre! Llega el momento cumbre de su maternidad, un momento cumbre que ha sido preparados por todo ese proceso. Al lado de Jesús, ella ha ido creciendo en su cardad materna, hay ido creciendo en su unión, en su asociación a Cristo; y ha ido creciendo también en su amor a los hombres, a los redimidos por su Hijo, que serán sus hijos. Y de esta manera llega a cumbre”.  Así podemos entender ese momento culminante que es la palabra de Jesús en la cruz, llegamos así hasta ese momento supremo. Con una maternidad que va a durar para siempre, como el sacerdocio de Cristo dura para siempre, se mantiene y se actúa hasta el fin de los tiempos, y la maternidad de María también. Como dice el Concilio: «Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia hasta la consumación de todos los elegidos (LG 62). Y tiene con nosotros un amor, como el que tiene una madre que ha pasado dolores de parto por su hijo. Ella ha pasado ese momento de la muerte de Jesús en la pasión, que Jesús asemeja a la mujer que sufre dolores de parto, que llora en este momento de su hora, pero luego se alegra porque ha dado el mundo un hombre más. (Luis Mª Mendizabal).

Podemos, por tanto, añadir que Jesús aprendió sufriendo a obedecer con María. O dicho de otra manera también María aprendió sufriendo y llego a ser madre en sentido pleno del término en la pasión. Toda madre lo es de un hijo. La maternidad no se restringe a un periodo un aspecto de la vida del hijo de tal manera que una madre en su historia va incorporando, nunca mejor dicho, asumiendo en su cuerpo, en su vida toda la biografía del hijo; es madre del hijo no solo en sentido material o biológico, sino también en sentido personal e histórico. En la historia, Jesús el hijo de Dios llega a ser plenamente hijo. En la historia María madre del hijo de Dios llega ser plenamente madre.

Hoy queremos fijarnos en esta contemplación de María, la madre, de pie junto a la Cruz. Ella es la madre de Cristo siervo, sacerdote, y víctima. Su maternidad va por tanto enriqueciéndose progresivamente. Todo comenzó con un sí. Toda la vida de Jesús es también un sí, es obediencia al padre. Pero esa obediencia la aprende Jesús humanamente hablando de María la mujer del sí. María es la esclava del Señor, la mujer obediente desde Nazaret hasta el Calvario. María es también la madre de Cristo Sacerdote. Jesús comienza a vivir históricamente su papel de sacerdote desde su bautismo en el Jordán, es el mediador entre Dios y los hombres, portador del Espíritu que lo derrama sobre la humanidad doliente. Jesús se despide de su madre en Nazaret para comenzar su misión de apóstol del padre enviado para la redención del género humano. María se convierte así de golpe y de repente no solo en la mujer obediente sino también en la mujer pobre que entrega todo lo que tiene para vivir. Ella es la viuda que entregó todo lo que tenía adiós. La que mereció la alabanza del mismo Dios ante su gesto de entrega radical.

María en su humanidad adquiere visiblemente los rasgos de la maternidad de Dios. Por ejemplo, Jesús dice: “ya sabe vuestro padre celestial lo que necesitáis antes incluso de que se lo pidáis”. Eso fue exactamente lo que sucedió en las bodas de Caná. María se anticipó, previó la necesidad de aquellos esposos. En la oración del “padre nuestro”, Jesús nos enseña a pedir al Padre: “hágase tu voluntad”. María es la mujer del “hágase”, y enseña aquellos servidores en Caná de Galilea: “haced lo que él os diga”.

Pero Jesús no solo es el siervo obediente y el sacerdote, Pontífice, enviado del Padre para evangelizar a los pobres con el espíritu de Dios. Jesús en Getsemaní se convierte en la víctima; acepta el bautismo de su pasión muerte y sepultura, elige beber el cáliz rebosante del pecado de los hombres de todos los tiempos. Se entrega como sacrificio de expiación por los pecados de su pueblo, por nosotros. Así el pastor se hace ahora cordero inocente que enmudecía y no abría la boca como un cordero llevado al matadero. Y también María unida indefectiblemente al hijo se entrega a la muerte con él; es esta una muerte incruenta pero muerte al fin y al cabo junto a la cruz de su hijo. Es evidente que los dolores de María son esa espada de dolor que anuncio el anciano Simeón que traspasaría su corazón. María vive en primera persona y plenitud el misterio de la compasión padeciendo con su hijo esta pasión de amor. Así se puede decir parafraseando el texto de la carta los Hebreros que aprendió sufriendo a obedecer y se convirtió así en madre en el sentido más alto y más pleno del término madre.