Cuando en España parece que los días de la tragedia por la pandemia van quedándose atrás, y se va recuperando el ritmo ordinario, todos nos abalanzamos a preguntarnos por las conclusiones, ¿en qué nos habrá cambiado la pandemia? Creemos que es imposible que un huracán tan imponente no provoque directamente una nueva visión de la realidad. Tenemos la prueba en esas películas sentimentales que cuentan la historia del abogado sin escrúpulos que pierde cordura cognitiva a causa de un accidente, y el que había sido un ser despreciable recupera a su mujer y a sus hijos. Algo así imaginamos en nosotros tras el paso del ciclón covid. Pero tengo una teoría al respecto. Que una realidad que viene de fuera influya en el interior de un ser humano, no va a depender de su propia fuerza de empuje. A cada uno se nos pide un proceso exigente de interiorización, que supone dejar pasar el fenómeno al jardín secreto de la reflexión, y allí producir cierta alquimia o proceso de fermentación para tomar entonces decisiones.

No digo nada nuevo, como para enmarcar en un frontal del salón, pero en el fondo es lo mismo que sucede ante cualquier eventualidad. Si no ocurre este proceso, incluso un fenómeno tan poderoso como una pandemia sólo alcanza a provocar cierto estupor, y sólo diremos a las siguientes generaciones “no te lo vas a creer pero yo estuve allí, yo viví el año del coronavirus, fue espantoso, fue espantoso”, y además nos pondremos literarios, “he visto cosas que no creeríais, naves de ataque en llamas más allá de Orión”, empezando por Blade Runner y hasta hacernos con un monólogo de elaboración propia. Pero lo contaremos como un testigo ciego que no sabe narrar el suceso, porque no ha visto nada. 

Estos días he oído las declaraciones de un médico de un hospital de La Coruña que pedía a gritos un poco de cordura para los jóvenes. Después de la cuarentena, se han multiplicado las cifras de adolescentes con lesiones medulares debidas al incremento de saltos desde los acantilados, simulando a quienes el lenguaje olímpico denomina “clavadistas”. Es como que la vida ha regresado y ellos no quieren volver a perderse ni las migas, ¿y si regresaba otra penuria aún más salvaje?, ¿y si no llegaban a los veinte años?, ¡habrá que hacer algo!, pues a las rocas, a beberse la vida sin remordimientos. Pero el juego de la vida como una danza tribal desenfrenada se acaba rápido, en cuanto hay tiempo para la reflexión uno sabe que, además de la existencia de eso tan abstracto que denominamos vida, hace falta un sentido para moverse por ella. El sentido es como la pala del timón que en el momento en que hace una incisión en el agua pone en ruta la barca. Y nosotros hemos puesto el sentido de la vida en compañía de Nuestro Señor

Por eso Jesús nos advierte de que nada obstaculice nuestro camino hacia el Padre. Nuestra vida lleva el entusiasmo de saber que tiene un sentido sobrenatural, que nada consiga hacérnoslo olvidar. ¿Los obstáculos?, lejos, ¿las interposiciones?, a un lado.“Si tu ojo te escandaliza, arráncatelo”. Hasta en las comparaciones el Señor es exagerado para que no perdamos ruta.