VIERNES 3 DE JULIO DE 2020 (SEMANA XIII TO CICLO A)

FIESTA DE SANTO TOMÁS APÓSTOL

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,24-29):

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.

Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»

Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos.

Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»

Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»

Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!»

Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»

Dichosos los que crean sin haber visto

Nadie fue testigo ocular de la resurrección. Pero sí hubo testigos que en la mañana de aquel día después del sábado, vieron que la tumba en la que había sido enterrado Jesús a toda prisa la tarde del viernes, estaba vacía (cfr. Mt 28,6). Fueron las mujeres que se acercaron en la madrugada de aquel primer día de la semana hasta la sepultura con ungüentos, y, al llegar allí, vieron que la losa que la cubría estaba corrida y que el cuerpo de Jesús no estaba. También vieron a unos ángeles que les dijeron que había resucitado (cfr. Mt 28,1-7; Mc 16,1-7; Lc 24,1-8). Ellas transmitieron el anuncio a los apóstoles, pero éstos no dieron crédito a lo que les decían, aunque, se acercaron al lugar, y vieron las cosas tal y como las mujeres las habían descrito; pero a Jesús no le vieron (Lc 24,10-12; Jn 20,3-8).

Jesús se apareció primeramente a algunas mujeres (Mt 28,9-10), después se apareció a dos discípulos que iban a la aldea de Emaús (Lc 24,13-33), se le apareció también a Pedro (Lc 24,34) y a los Once reunidos en el cenáculo (Lc 24,36-49; Jn 20,19-22). San Pablo nos dice que, además de a Pedro y a los Doce, Jesús se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, luego a Santiago y a todos los apóstoles; por último, se le apareció también a él [a Pablo] en el camino de Damasco (1 Co 15,5-8). Los evangelios no tienen ningún reparo, en su fidelidad a los hechos, en mostrarnos como los apóstoles se resistieron a creer que Jesús había resucitado:

  • Los Once se resistieron a creer, y Jesús les tuvo que enseñar las marcas de los clavos (cfr. Lc 24,40; Jn 20,20).
  • Tomás, uno de los Apóstoles, incluso pidió meter los dedos y la mano en los agujeros de los clavos y la lanza respectivamente; si no, no creería que era realmente Jesús quien había resucitado y estaba vivo (cfr. Jn 20,24-29).
  • Los Apóstoles no quisieron dar fe a las Escrituras ni tampoco a las palabras que Jesús les había dicho mientras estaba con ellos (cfr. Mc 8,31; Mc 9,9-32; 10,32-34). Por tanto, sólo cabe pensar que fueron las pruebas que Cristo mismo les dio de que estaba vivo, lo que los llevó al convencimiento de que realmente había resucitado.

¡Que suerte tuvieron los apóstoles que vieron a Jesús Resucitado! ¡Qué suerte tuvo también Tomás, el menos “crédulo” de ellos, el más cercano en su mentalidad a la cultura de hoy, cultura de la sospecha! Pero ellos también tuvieron que creer. ¿Y tú, has aprendido por fin a creer?