SÁBADO 4 DE JULIO DE 2020 (SEMANA XIII TO CICLO A)

Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,14-17):

En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?»

Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán. Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres; se derrama el vino, y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan.»

Odres nuevos 

Podría haberles dicho, reescribiendo un texto de la sabiduría de Israel, que hay un tiempo para ayunar y un tiempo para festejar. Pero hizo algo mucho mejor. Les hablo de la novedad. No es la única vez que lo hizo.

A Nicodemo le pidió “nacer de nuevo”. Y la predicación del Reino de Dios que inauguraba la llamó “Buena noticia”.

Y San Juan, en el Apocalipsis, entusiasmado por la novedad de Jesús, pone en sus labios una bellísima expresión: “hago nuevas todas las cosas”.

Y San Pablo, al definir al cristiano, lo hace llamándolo “hombre nuevo”, aquel que destierra de si mismo el “hombre viejo”, que es el hombre sometido al pecado o sometido a la ley, pero no liberado por la novedad de Jesús.

Jesús se presenta como el “Hombre nuevo”. Y quien le sigue no intenta “encajar a Jesús” en su mente, y examinarlo en la criba de sus prejuicios y de sus convencimientos, como hacían los letrados y los fariseos, sino que “a vino nuevo, odres nuevos”.

Los discípulos de Jesús, en cambio, rebosaban felicidad, porque habían descubierto en Jesús a alguien completamente nuevo, no sólo una doctrina nueva, sino una persona nueva, es más, habían encontrado en él la horma de su verdadera, y por desconocida nueva, humanidad.