“Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá”. Se acercan a Jesús con la confianza de que dará lo mejor que tiene. No saben si es el Hijo de Dios, un predicador o un buen maestro, simplemente saben que Jesús no defrauda. Jesús no es un espectáculo, no busca su promoción ni echar en cara la incredulidad de otros.

Jesús va a dar su persona y, por lo tanto, muestra el verdadero camino, hace brillar la verdad y entregará su vida. No busca el aplauso … lo único necesario es que creamos, y que confiemos en Él.

“Así dice el Señor: Yo la cortejaré, me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón. Y me responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que la saqué de Egipto”. El verdadero milagro es que Dios habla al corazón y nosotros le escuchamos. Dios no está lejos de nosotros y no es un ídolo al que nos acercamos para pedirle cosas, es un esposo que acude presuroso ante nuestras necesidades.

El problema es que a veces nos representamos a Dios como alguien que nos pone las cosas difíciles y, tras un largo esfuerzo, llegamos a acercarnos a Él. Sin embargo, Jesús nos muestra que Dios es el que se acerca a nuestra vida, a nuestros problemas y alegrías. Jesús es el que nos dice: “¡Ánimo!”.

La Virgen nos enseña que cuando Dios gana, entonces, ganamos todos.