“Cuando Israel era joven, lo amé, desde Egipto llamé a mi hijo. Cuando lo llamaba, él se alejaba, sacrificaba a los Baales, ofrecía incienso a los ídolos. Yo enseñé a andar a Efraín, lo alzaba en brazos; y él no comprendía que yo lo curaba. Con cuerdas humanas, con correas de amor lo atraía; era para ellos como el que levanta el yugo de la cerviz, me inclinaba y le daba de comer”. Dios es Dios, y no hombre y, sin embargo, se acuerda perfectamente de lo pequeños que hemos sido y, ya, desde entonces nos amaba. Así, cuando Dios nos conoce desde nuestra debilidad, entonces, nos muestra aún más su infinita misericordia.

“Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis. No llevéis en la faja oro, plata ni calderilla; ni tampoco alforja para el camino, ni túnica de repuesto, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento”. Cuando no se tiene nada, nada nos distrae de nuestra verdadera misión y, entonces, descubrimos que damos lo que no es nuestro.

Cuando uno se da cuenta que Dios nos quiere, entonces expresamos que sólo por Él somos capaces de darlo todo … Y ese es nuestro mayor tesoro.

Delante de Dios la Virgen siempre es niña, sencilla, humilde, y que se fía completamente de todo lo que su Padre Dios quiera de ella … y puede decirle “¡Sí!”. Quitemos todo lo que estorba, y vayamos, sin nada, al encuentro del amor de Dios …  Así sólo podremos ir a más.