“Mirad que os mando como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas. Pero no os fieis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles.”

Parece que el Señor nos pide que seamos desconfiados, que “sospechemos” de los demás. Pero Jesús lo que nos pide es que demos testimonio, es decir, que ni los enemigos de Dios, ni los perseguidores de la Iglesia pueden verse privados de nuestro testimonio de cristianos.

El que vive en Cristo no discrimina a nadie, sea el otro un santo o un pecador, un hombre virtuoso o un depravado, sea de la raza y nivel cultural que sea, y debe de recibir el testimonio de Cristo, pues el Espíritu Santo puede concederle el don de la fe. De esta manera, no tememos que nos “odien” e incluso que nos quiten la vida.

Son los “poderosos” de este mundo los que discriminan, los que imponen sus motivos por la fuerza, los que no tienen en consideración a los que no piensen como ellos, y que no dudan en robarles la vida. Nosotros, en cambio, tenemos que ser sencillos y sagaces. Sencillos para saber que lo que ofrecemos no es nuestro, pues es el Señor el que cambia los corazones. Y sagaces para descubrir la “puerta,” es decir, mostrar el momento en que podemos presentar la fe en Jesucristo.

María, madre nuestra y madre de todos, concédenos el don de la paz y que nosotros seamos testigos de tu hijo, príncipe de la paz.