“Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con vuestros ojos sin ver”.

En muchas comarcas de nuestra patria la sequía del campo es preocupante, Sin embargo, lo es mucho más la sequía de los corazones. Si el cielo no suelta su agua poco podemos hacer, pero hay un “diluvio universal” (la gracia de Dios), y no nos damos cuenta, y permanecemos como si estuviésemos en sequía.

¿Qué ocurre entonces? Pues, se oye sin oír y se mira sin ver. Parece que se nos ha secado el corazón, o se nos ha vuelto impermeable. Nunca hasta ahora podría parecer tan fácil anunciar a Jesucristo, cualquiera puede conocerlo (aunque sea por curiosidad) …  Pero parece que la fe se pierde en el horizonte de otros intereses que nos atenazan el corazón.

Tendríamos que pensar seriamente en empaparnos de la Palabra de Dios, en saciarnos de ratos de oración, en acudir a la fuente (¡la Eucaristía!), y “hartarnos” de Él, pues nunca quedaremos saciados.

La Madre de Dios colaboró a convertir el agua en buen vino. Ella prepara el campo para que caiga la buena semilla, para que el agua no resbale y crezca la semilla de la fe que está depositada en nuestra alma.