Jesús utiliza un lenguaje difícil. Hay expresiones suyas que, de entrada, nos parecen extrañas. Dice, por ejemplo, “el que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará”. Estas palabras no pueden dejar de sorprendernos. Y el evangelio está lleno de sentencias parecidas.

Chesterton, el converso inglés, señaló que cuando se encontró con la Iglesia se dio cuenta de que lo que esta enseñaba coincidía con su vida, y también que las paradojas que se encontraban en el evangelio eran las mismas que él se encontraba en su vida. Es así de cierto. Lo que Jesús dice, por sorprendente que pueda parecer en un principio, y hasta alejado de la realidad, después, al aplicarlo en nuestra vida, descubrimos que es verdad. Se cumple así lo señalado por Chesterton, pero aún más se prueba la verdad de todo lo que el Señor nos dice.

El Evangelio de hoy es rico en expresiones que invitan a una renovación total de la mente. La novedad que Jesucristo nos trae ess de tal potencia que rompe todo lo que tenemos alrededor. De hecho lo quiebra para redimensionarlo. Pensemos, por ejemplo, en la relación con las familias. Jesús quiere que le prefiramos a Él por encima de padres y hermanos. En una primera impresión nos parece una osadía por su parte. Después, cuando empezamos a ponerlo en primer lugar, caemos en la cuenta de que amamos a nuestros familiares de una forma nueva y más intensa. Anteponemos al Señor para poder querer a los de nuestra sangre con un amor más perfecto. Ya no los amamos desde nuestra limitación, ni en un horizonte meramente natural, sino que los queremos desde Dios.

Estamos acostumbrados a oír lo que nos gusta y aceptamos las palabras de los demás cuando confirman lo que ya sabemos. Jesucristo introduce una novedad, que es la de la gracia en medio de nosotros. Es su gracia la que nos va renovando y también amplia el horizonte de nuestra mirada. Es también Jesús el que nos anuncia que cualquier gesto, por pequeño que sea, pero hecho por amor a él no queda sin recompensa. La medida de todo queda sí redimensionada desde el amor de su Corazón, que él nos comparte por el don de la gracia.

Existe la tentación de aferrarnos a lo humano y convertirlo en razón de resistencia contra Dios. Hemos de recordar aquellas palabras de san Juan Pablo II que también hizo suyas Benedicto XVI: “Jesucristo no nos quita nada, sino que nos lo da todo”. Pero en el camino hacia la abundancia de los dones de Dios hemos de purificar nuestra manera de ver las cosas para poner al Señor por delante de todo.

El camino del Evangelio, cuando lo vamos viviendo, a pesar de nuestras fragilidades, es fuente de alegría. Que la Virgen María nos acompañe y proteja.