Domingo 26-7-2020, XVII del Tiempo Ordinario (Mt 13,44-52)

«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo». Tengo que reconocer que, cuando era pequeño, uno de mis juegos prferidos de los campamentos era «la búsqueda del tesoro». Todavía recuerdo la indescriptible alegría que nos inundaba cuando, después de seguir las pistas y conseguir todos los trozos del mapa, encontrábamos el tesoro escondido. Estaba allí, enterrado quizá bajo un montón de hojas o entre las ramas de un arbusto. Descubrir un tesoro siempre es algo emocionante. Sin emabrgo, los cofres que lo contienen muchas veces decepcionan a primera vista. Casi todos están viejos, mohosos, cubiertos de suciedad y barro acumulados con el tiempo… o son simplemente una bolsa cutre de plástico, como el de mi campamento. Cualquiera que encontrara un cofre sin saber que dentro hay un magnífico botín, lo tiraría directamente a la basura. Ciertamente, los tesoros engañan. Por fuera suelen ser viejos, sucios y pequeños… pero por dentro están llenos de riquezas de inestimable valor. Así es el reino de los cielos. Algo en apariencia insignificante, pequeño, viejo… pero con un tesoro lleno de felicidad, paz y alegría en su interior.

«El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas que encuentra una de gran valor». Jesús descubre a un comerciante que acaba de hacer ¡el negocio de su vida! Ha encontrado una perla preciosa, y para comprarla le merece la pena vender todo lo que tiene. Así, se queda sin nada, pero con una perla. O el comerciante está loco, o las matemáticas no son lo suyo, o no conoce los elementos básicos del comercio… o quizás es que la perla valía mucho más que todo lo suyo. Valía tanto que, en comparación, todos los bienes de la tierra serían nada. Esto es la gran enseñanza que nos quiere transmitir Jesús con las dos parábolas del tesoro escondido y la perla preciosa. Tú y yo tenemos un tesoro de incalculable valor. Comparado con él, todas las ganancias de este mundo son nada y vacío. Todas las joyas palidecen ante el brillo de esta perla. Merece la pena hacer todo lo que sea necesario, incluso venderlo todo, para conseguirla. Y esa perla tiene un nombre: Jesucristo. Y tú y yo le hemos encontrado.

«¿Entendéis bien todo esto?» Sin dudarlo un instante, los discípulos responden: «Sí». ¿Pero nosotros nos hemos enterado bien de lo que nos quiere decir Jesús? ¿De lo que nos pide? Sus palabras hablan de dejarlo todo, de venderlo todo, de arriesgarlo todo. No dice vende «un poco», «una cantidad razonable», o «una gran parte»… El Maestro es claro: «vende TODO lo que tiene y compra el campo»; «se va a vender TODO lo que tiene y compra la perla». Lo pide todo. Un cristiano nunca es un mediocre. Nunca se conforma con ir tirando, sobrevivir o no hacer nada malo. Un discípulo de Cristo está dispuesto a darlo todo por Él. Los bienes, la fama, la salud, e incluso la misma vida. Porque, como en el órdago de las cartas, o todo o nada.