Las lecturas que la liturgia nos propone para este sábado, primer día de agosto, en el que recordamos a San Alfonso María de Ligorio, nos ponen en la perspectiva de los profetas, nos pone por lo tanto en la perspectiva de la fe que se vive con riesgo, la perspectiva de la fe que se vive como valor supremo por el cual merece entregar la vida. Jeremías y Juan Bautista son dos ejemplos de ese entregar la vida de los profetas, que encuentra su máximo ejemplo, su máxima expresión en Cristo, el verdadero y auténtico profeta.

Es cierto que una vivencia coherente del evangelio no siempre es bien acogida por todos, a priori el bien debe ser fácilmente aceptado por todos, sin embargo, la realidad es que todos tenemos experiencia de que no es así. Todavía recuerdo con escándalo unos artículos en los que se ponía en duda la actividad de la Madre Teresa de Calcuta… o los comentarios maliciosos que todos hacemos a veces dudando de las intenciones o de las actividades de personas buenas… o incluso todos hemos experimentado nuestro propio silencio culpable cuando se critica a nuestra madre la Iglesia con tópicos poco acertados y no somos capaces de dar un paso al frente y defender lo que en realidad es nuestro, aquella que es nuestra identidad.

Sí, ser santo (ese es nuestro destino como cristianos) no es un camino amable, no es un camino de rosas y chocolates, más bien ser cristiano es subir Monte, es subir al Calvario. Por eso, en cierta medida es una alegría ser perseguido porque nos pone en la coordenadas de Cristo, nos ponen en su órbita, y por ello no podemos esperar mucho más de lo que Él mismo obtuvo. Todo lo que es auténtico da miedo y la fe, la vida cristiana es lo más auténtico, lo que realmente merece la pena y por eso a michos les da miedo. No renunciemos a ella porque cuando nos encontremos con Él cara a cara será entonces cuando descubramos que de veras merecía la pena y se nos llenará el pecho con un suspiro de alegria