Mucha gente que escucha el Evangelio de las vírgenes prudentes y las necias se pone, por pura compasión, de parte de las necias. Y pudiéramos pensar que con razón, pobrecillas, se quedan sin aceite y encima las prudentes se comportan como soberbias y poco caritativas, les dan un par de guantazos y las dejan con cara de bobas. ¿Entonces?, ¿por qué el Señor las alaba, y condena a las perezosas? Por una razón evidente, nadie puede sustituirnos en las elecciones vertebrales de la vida. No le puedo decir a un amigo virtuoso, “anda, cédeme un quince por ciento de tu generosidad”, o al puntual, “qué bueno, ¿no me podrías pasar algo de lo tuyo?”. Hay realidades intransferibles. Nadie puede encender por mí la vela que todos llevamos dentro. Nadie puede sustituirme a la hora de elegir al amor de mi vida. Nadie puede transfundirme su fe. En el fondo todo esto habla de la pereza existencial del ser humano, por eso jugamos a la lotería, para acceder al dinero fácil de una vez por todas y así despreocuparnos de ganárnoslo, que bastantes problemas hay ya en la vida, hombre. Conozco a una joven pintora que se ha marchado a Florencia para profundizar en sus estudios de Bellas Artes. No quiere quedarse en lo aprendido, quiere trabajar en la mirada de los clásicos, quiere seguir yendo a por aceite.

El ejemplo más palmario del buscador de aceite es san Agustín, hoy celebramos su festividad, y es un privilegio que en la Iglesia tengamos una personalidad tan sobresaliente como la suya. Muchas madres, porque son sobre todo madres, exigen a los sacerdotes que hagamos lo imposible para que sus hijos vuelvan al camino de la fe, como si fuéramos aprendices de brujo que con un par de frases les convirtiéramos en los nuevos santos que el mundo necesita. Muchas veces estoy tentado de decirles, “oye, tu hijo, en vez de la Biblia, ¿por qué no se lee el Hortensio de Cicerón?”. Por supuesto se me quedarían perplejas y con una mirada de absoluta desconfianza, pero es que san Agustín, antes del Evangelio, empezó por esta obra, de la que dejó escrito un bellísimo texto, “aquel libro cambió mis afectos y orientó hacia ti, Señor, mis súplicas, que hizo que fueran otros mis deseos y aspiraciones. Y comencé a levantarme para volver a ti”. Antes del Hortensio, la Biblia le había dejado frío. Con esto quiero decir que hay tantos caminos de los que el Señor se sirve, que lo único que pueden hacer los padres es cambiar su propia manera de vivir delante de los hijos.

Porque el problema de fondo, es que los hijos siguen el itinerario abierto por los padres. Y si la atmósfera que se respira en casa es que la vida ha sido creada por Dios, pero que mientras estamos aquí hay que ganar dinero y rodearse de bienes de posición para mostrar lo bien que me va mientras lo paso lo mejor posible, porque la vida son dos días, el chaval jamás irá a por el aceite. Sé que es difícil, pero la única enseñanza capital de los padres a los chavales es dejarles el corazón ardiendo en un deseo mayor de vida, y con una inquietud como la de san Agustín. Entonces llegarán a la conclusión de que la vida no es suficiente, ni me lo puede dar todo, y que cada corazón busca a quien responda a su exigencia. La respuesta del hombre en la tierra es religiosa, es personal, de Dios conmigo, mientras tanto daremos círculos sobre lo mismo una y otra vez, sabiendo que estamos profundamente insatisfechos (y encima nos callaremos nuestra amargura delante de los demás)