“No niegues un favor a quien lo necesita, si está en tu mano hacérselo. Si tienes, no digas al prójimo: Anda, vete; mañana te lo daré”. Y Jesús, obediente, nunca se hizo esperar cuando con fe le pedían un milagro. Recordemos a la hija de Jairo, y a la hemorroisa, y a Bartimeo…

Sin embargo, en ocasiones, Jesús se hace esperar. Y en esa “espera” el Señor dará más de lo que pedían, porque los sostuvo en la fe. No los escuchó “mañana” … Los atiende “hoy”, y les da “hoy” fe para esperar, y “mañana” el milagro que solicitaban … Aprendamos a esperar nosotros también y, en esa espera, recibiremos.

“No trames daños contra tu prójimo, mientras él vive confiado contigo”. Y Jesús, obediente, no quiso sino el bien de los demás. Ojalá hubiésemos cumplido nosotros el proverbio. Maquinaron contra Jesús Judas, Herodes, Caifás… ¡Intrigamos nosotros al pecar contra Jesús! Sin embargo, Jesús, obediente, morirá por Judas, por Herodes, por Caifás… Y por nosotros.

“No pleitees con nadie sin motivo, si no te ha hecho daño”. Y Jesús, obediente, no quiso pleitear ni siquiera contra quienes lo injuriaban. Obligó a Pedro a envainar la espada en el Huerto de los Olivos. Tampoco pleiteará contra nosotros, que no ha venido a juzgarnos sino a salvarnos.

“No envidies al violento, ni sigas su camino; porque el Señor aborrece al perverso, pero se confía a los hombres rectos”. Y Jesús, obediente, murió como Cordero, pacífico y manso, por la envidia de los violentos … Mientras Jesús oraba, llovían golpes y oprobios … Eran nuestros pecados.

El Árbol de la Cruz es la morada de Dios con los hombres. Es bendición y es hogar. … Y pensamos en el Hogar de Nazareth. Allí María, José y el Niño son gracia de Dios, calor y refugio.