Ante esta situación de pandemia que vivimos, puede entrarnos la tentación de pensar: “Mañana despertaremos y todo habrá cambiado” …. Ayer éramos católicos fervientes, hoy estamos carentes de relaciones humanas, que nos apartan de Dios … y, ¿mañana?

Esa persona, a quien amas y has entregado la vida, también morirá. Miramos atrás, y nos vemos involucrados en el mundo de los excesos… Hoy apenas tenemos salud (decimos) y tan sólo sobrevivimos … ¡Dios mío! ¿Pero no nos damos cuenta? ¿Aún habrá locos que tengan, como único asidero, un castillo de ensueños sobre el que van montados?

Y, sin embargo, “la Cruz permanece mientras el mundo gira”. El Crucificado, sereno en su trono, gobierna los vaivenes de este mundo y marca, con sus brazos abiertos, la única puerta de salida hacia la eternidad… ¿No fijaremos los ojos en Él?

Ante los que quieren destruir cruces, ¿por qué no levantamos un enorme Crucifijo que tuviese el tamaño de los pecados de todos los hombres y mujeres del mundo entero? De esta manera, nadie perdería de vista el único punto inmóvil del Cosmos … ¡Cristo Rey!

Miramos los ojos de María, en el Calvario. Ellos señalan el asidero para quienes damos vueltas a toda velocidad en este mundo, y nos perdemos en nuestras soberbias y activismos inútiles. En cuanto a lo demás… “¡Vanidad de vanidades, dice Qohelet; vanidad de vanidades, todo es vanidad!” … Hemos estado haciendo una lectura muy personal del Libro del Eclesiástés … ¡Amén!