“Hijo, ve hoy a trabajar en la viña. El le contestó: No quiero. Pero después se arrepintió y fue.” ¡Cómo nos conoce el Señor! Deberíamos darnos pánico (los que tienen las cosas tan claras que nunca dudan y nunca vacilan. Da la impresión de que no entienden la debilidad de los hombres, los miedos, las dudas y las vacilaciones con que nos enfrentamos el resto de la humanidad … no entienden la debilidad de la condición humana, redimida por la Gracia de Dios, pero tocada por el pecado. El pecado nos lleva a decir “no quiero,” la Gracia de Dios nos lleva a recapacitar e ir.

Jesús nunca dice: “El que me sigue, nunca dudará ni se equivocará”. No, el Señor nos quiere mucho más que eso. El Señor sabe que por mucho que metamos la pata, por muy pecador que uno pueda ser, “si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá”. Hasta el más rebelde es capaz de “doblar la rodilla ante el nombre de Jesús,” y, por lo tanto, una vez que se descubre la misericordia de Dios, “tener entrañas compasivas.”

“Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios.” Desde luego que el Señor no recomienda la prostitución como camino de salvación, pero las prostitutas y los publicanos sabían que estaban haciéndolo mal, es decir, podrían algún día decidir hacerlo bien. Los sumos sacerdotes y los escribas, por su parte, pensaban que todo lo hacían bien y esos corazones sí que son difíciles de cambiar, miraban a todos “desde arriba,” desde sus juicios y prejuicios.

Una madre conoce bien las debilidades y las posibilidades de su hijo. Le pedimos a nuestra Madre que nos conceda fuerza en la debilidad para “hacer lo que Él os diga”.