La persona de Cristo ha de arrebatarnos totalmente. Los tres ejemplos que encontramos nos colocan en el horizonte de la radicalidad y nos devuelven a la pregunta sobre quién es Cristo. Como todo el evangelio nos llaman a una confrontación personal. Podemos ver, por ejemplo, que ante el entusiasmo del primer personaje “te seguiré adondequiera que vayas”, Jesús previene advirtiendo que “el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”, por lo que no debemos buscar en Cristo nada fuera de Cristo. En Él se nos da todo. Es lo que después expresará san Pablo “para mí vivir es Cristo”. Ante estas palabras siento la necesidad de interrogarme por mi amor a Jesús; sobre si me doy cuenta de que en Él está todo lo que puedo desear y que me equivoco cuando alguna otra ambición, por pequeña que sea, se añade al amor a su persona. Ciertamente eso no debe hacerme caer en el escrúpulo, porque la lucha contra tantas tentaciones que me cercan también puede distraerme de lo fundamental. Contemplar la bondad de Jesús, adentrándonos cada vez más las honduras de su Corazón; en la profundidad de su amor.

Todo está en Él, y además exige una premura: “deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios”. El anuncio del Reino, es la gran urgencia en la que se concentran todas nuestras urgencias y a la que deben supeditarse todas, de manera que cada acontecimiento en el que me encuentre sea anuncio de ese Reino, de la novedad introducida por la presencia del Hijo de Dios y la salvación que nos ha traído. Lo cual también lleva a una mirada que ya sólo puede enfocarse hacia el futuro: “nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios”, hacia todo lo nuevo que se va realizando en Cristo.

Al leer este evangelio, a tanta distancia del momento en que sucedió aquel encuentro del Señor con los tres personajes, y quizás también lejos de cuando tomamos conciencia de la importancia de Jesucristo en nuestra vida, podemos sentir cierta desazón. Por las miradas hacia el pasado, lamentando haber dejado algo, o por el deseo oculto de obtener algo (de cualquier orden) por nuestra vida cristiana,… Sin embargo se nos aparecen también como una oportunidad para, desde el reconocimiento de la propia debilidad, suplicar al Señor que nos descubra mejor su amor y nos entusiasme para seguirlo.

Hoy recordamos también a san Jerónimo (precisamente se cumplen 1600 años de su muerte). Recuerdo que, en las clases de latín del Seminario tradujimos alguna carta suya. En una de ellas, narraba él que tuvo como un sueño en el que escuchó estas palabras: “Ciceronianus es, non Christianus” (tú no eres cristiano sino ciceroniano). San Jerónimo se sentía muy atraído por la retórica clásica y por el gran orador Cicerón y aquel día descubrió que quizás ponía su corazón más en ella que en Jesús. Después como es sabido se dedicó su energía a la traducción de la Biblia al latín y a los comentarios exegéticos. Es una anécdota narrada por él mismo pero que nos invita, desde la confianza puesta en Jesús, a pedirle que nos ayude a centrarnos más en Él y a servirle de corazón.