En el evangelio de hoy se nos narra el envío de los setenta y dos. De nuevo nos encontramos ante una escena del evangelio que invita a una meditación prolongada. Está llena de pequeños detalles. Fijémonos por ejemplo cómo se inicia: “los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él”. Como sacerdote esto ya me da que pensar. Porque, aunque sea por los cauces de un nombramiento, me sugiere que, más allá de mi competencia, el Señor quiere estar ahí. Igual no coincide con el lugar en el que me gustaría estar, o con la valoración que pueda hacer de mi capacidad o utilidad en determinado sitio. Pero considerar que Jesús quiere estar, por mediación de mi ministerio, es algo que no puede dejarse de lado. Igualmente pienso en ese detalle “de dos en dos”, que algún Padre comenta en el sentido del doble precepto de la caridad y que hoy, a la vuelta de una reunión arciprestal (sin la habitual comida fraternal por las circunstancias de la pandemia), me ha llevado a mirar de manera diferente a mis compañeros.

Igualmente me llama hoy la atención que la primera advertencia que les hace es que rueguen “al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. El campo es de Dios, y con los obreros que pide, ¿se refiere sólo a que, como tantas veces se ha señalado, recemos por que no falten vocaciones y haya gente dispuesta para el anuncio del evangelio? O, ¿puede interpretarse también en el sentido de que los enviados sean verdaderamente obreros para trabajar en la mies que es de Dios y no en otra cosa? Eso, y la constatación de que se debe empezar por la oración, para no desviarse; para conocer lo que el Señor espera de nosotros.

A continuación encontramos los avisos, que desarbolan cualquier estrategia, de ser enviados como “corderos en medio de lobos”, y desprovistos de recursos innecesarios. En todo lo que se indica, que probablemente pueda tener muchas variadas y profundas interpretaciones, encuentro una llamada a fijarme en el poder mismo del evangelio y a no renunciar a la inocencia, porque es la buena nueva la que sana y no puede supeditarse a nada.

Finalmente me resuenan con especial fuerza estas palabras: “Cunado entréis en una casa, decid primero “Paz a esta casa””. Recuerdan las que pronuncio Jesús resucitado cuando se apareció a sus discípulos y les dio la paz. Precisamente toda la acción misionera se ordena a llevar esa paz de Cristo, vencedor del pecado y de la muerte a los hombres. ¡Cuántas veces, incluso con gran celo, se olvida esa verdad tan importante: llevar la paz! No es la nuestra, sino la de Cristo. Pero, ¡qué necesario es también nosotros experimentemos esa paz!

Hoy la liturgia recuerda a santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones y Doctora de la Iglesia. Su camino de la infancia espiritual y su confianza en la misericordia de Dios nos ayudan a comprender mejor lo que leemos en el evangelio. Ella sentía un deseo muy grande de que todos los hombres conocieran el amor de Jesús. Por ello, y aún sin salir de su convento, fue proclamada patrona de las misiones. Al mismo tiempo su vida irradiaba esa paz que se manifestaba en la dulzura para con los demás y en su disponibilidad para el servicio.